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Todo el mundo sabe que Pep Guardiola es una referencia mundial. Un sinfín de técnicos que comienzan su carrera en los banquillos han ido a estudiar sus entrenamientos. También muchos que se sienten en un punto de inflexión. La lista de entrenadores que han buscado su magisterio es larguísima. Y él, generoso con la profesión, ha compartido sus conocimientos con ellos.
Cuando dirigía al Bayern, Zinedine Zidane, antes de ganar Champions en el Madrid, fue a visitarle a Múnich con un grupo de entrenadores franceses. Entre ellos estaba, por ejemplo, Willy Sagnol. Permanecieron tres días, una especie de mini ‘stage’, en que Guardiola les explicó un montón de aspectos relacionados con la dirección de grupo.
Es bien conocido que Thomas Tuchel, ahora en el Bayern, buscó a Guardiola cuando el catalán aún estaba al frente de la entidad bávara y el alemán disfrutaba de un año sabático después de dejar al Mainz. Cenaron en Múnich durante casi cuatro horas moviendo vasos y cubertería sin parar, según un acompañante en la mesa.
Pero, ojo, Tuchel volvió a buscarle cuando ya dirigía al Borussia Dortmund. Lo explicó Martí Perarnau en su libro ‘Pep Guardiola, la metamorfosis’. El Bayern de Pep hizo añicos al Dortmund -le endosó un 5-1- y el técnico alemán quiso repasar con él el partido. Guardiola accedió, pese a las reticencias de su staff técnico a revelar información sensible al gran rival. Como si Juande Ramos le hubiera pedido audiencia después del mítico 2-6 del Bernabéu.
A lo largo de los años, Guardiola ha abierto sus entrenamientos y ha cenado con muchísimos más entrenadores con actitud altruista sobre el oficio. Con Xabi Alonso (triunfando en el Bayer Leverkusen), con Marcelo Bielsa, con Raúl González, con Thierry Henry, con Gennaro Gattuso, incluso con Roberto de Zerbi, tan en boga, nada más llegar al Brighton.
Ha ayudado a formarse a Mikel Arteta, su exayudante ahora en el potente Arsenal, a Enzo Maresca, camino de lograr el ascenso a la Premier con el Leicester, y ha despejado dudas a Michel, todo un fenómeno en Girona. El peregrinaje hacia las ciudades deportivas del Bayern y del City ha sido una constante. Se han producido visitas de un día pero también de toda una semana.
Rivales directos
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Se dice que compartiendo lo que uno sabe se acerca a la vida plena y Guardiola debe creer en algo parecido a ello. Seguramente, por el camino, él mismo se habrá ido enriqueciendo como preparador con algunos de esos intercambios. Aquello de dar y recibir.
La pasada semana Guardiola, con sentido gremialista, puso un brazo sobre el hombro de Xavi, tan necesitado de cariño. “Quiero dar mi apoyo incondicional a Xavi y a los jugadores, que tienen que dar un paso adelante. Es muy fácil culpar al entrenador. (…) No hay secretos. Los jugadores deben dar un paso adelante. Siempre se pone el foco en el entrenador cuando pierdes”. Xavi, como reveló él mismo, le envió un mensaje de gratitud.
Bien, ¿y por qué no queda a cenar un día con Guardiola? ¿Por qué no le pide consejo? ¿Por qué no le pregunta cómo ajustaría la presión, cómo compactaría al equipo, cómo soldaría la defensa? ¿Es tan descabellado? Puede parecer que es tarde, pues Xavi se está yendo, pero no lo es. De aquí al 30 de junio sigue habiendo mucho en juego. Nadie puede asegurar que cumplirá la caducidad que él mismo se ha marcado. Cualquier nuevo naufragio podría acelerar plazos.
Xavi es un entrenador joven, aún en construcción, tanto como el propio Barça. Seguro que aprendió mucho jugando bajo las órdenes de Guardiola. Pero en la dirección de un equipo aparecen baches e imponderables que pueden conducir a la desesperación y a arrojar la toalla.
Se intuye que le iría bien alguna sugerencia, un poco de orientación, del mejor entrenador del mundo para acabar más o menos bien. Si ha accedido a compartir información y sabiduría con rivales directos en la Bundesliga o la Premier, nadie puede tener duda de que sería todavía más generoso con el aún técnico del Barça. Solo hace falta que a este no se le caigan los anillos. Si es necesario, que pacten discreción.