¿Se acuerdan de aquellos buenos viejos tiempos en que todo era culpa de Colau? En Barcelona siguen sucediendo muchas cosas, la única diferencia es que ahora ya no tienen culpable. Hace pocos días se hizo viral un video horripilante en el que un individuo agredía a varias mujeres en el metro de Barcelona. La secuencia ha impactado con razón la opinión pública, pero llama la atención que esta vez nadie pida responsabilidades al consistorio, como sucedía hasta el pasado verano. ¿Se imaginan qué se habría dicho si esta agresión hubiese sucedido con Colau de alcaldesa? Como siempre durante su mandato, el incidente hubiera sido elevado a categoría, y sería por supuesto una prueba demostrativa de los graves problemas de inseguridad de la ciudad.
De igual manera, supimos hace unas semanas que una plaga de roedores se habían apoderado de una calle del Poble Sec por culpa de un edificio abandonado y en ruinas. Quejas de vecinos, suciedad, ratas por las calles. ¿Se imaginan qué se habría dicho, cuantas fotos se habrían difundido en las redes de esta plaga apocalíptica si Colau llega a ser la alcaldesa? Uno de los fenómenos más fascinantes de los últimos meses es que, de repente, Barcelona ya no está sucia, ni hay papeles en las calles, ni mucho menos hay estos contenedores llenos de porquería que veíamos tan bien actualizados en Twitter. Por supuesto tampoco hay ya problemas de movilidad, la calle de Consell de Cent ha dejado de provocar atascos en la calle de València o simplemente de hacer subir el precio de la vivienda; y, por supuesto, ya no urge cambiar la ordenanza para intentar atajar aquellos ejércitos de patinetes suicidas que ponían en riesgo nuestras vidas.
En los accesos a la ciudad suponemos que el tráfico fluye harmoniosamente y sin atasco, puesto que ya no aparecen conductores enfadadísimos descargando su rabia en programas de máxima audiencia. Ya no hay periodistas que proclamen la decadencia de Barcelona, y el RACC, curiosamente, ha dejado de publicar comunicados, como aquellos de antaño, en los que lamentaba que el ayuntamiento quería cargarse el coche privado. Qué nostalgia de aquellos artículos inflamados en contra de los radares cerca de las escuelas, qué tiempos aquellos en los que las bicicletas eran el enemigo a batir. Por arte de magia, Barcelona vuelve a ser segura, tranquila, limpia; y ya nadie crea malos rollos contra los coches o las terrazas. Los hoteleros, restauradores y otros lobis turísticos deben estar encantados con la ciudad, puesto que se han quedado mudos. Desde el pasado 23 de julio, asistimos a un brusco y sorprendente cambio de relato, en el que de repente los pequeños dramas cotidianos en Barcelona ya no son culpa de nadie, simplemente suceden. Parafraseando el conocido poema de Cavafis, podríamos gritar: “¿Y qué será ahora de nosotros sin Colau?” Quizás ella fuera una solución después de todo.