Cuando el 30 de enero los diputados de Junts se unieron al PP y Vox e hicieron que el Congreso rechazara la ley de amnistía -una exigencia de Puigdemont- la legislatura sufrió un fuerte varapalo. Y aún no se sabe si habrá acuerdo sobre la amnistía antes de la fecha límite del 7 de marzo. El resultado de las gallegas del 18 de febrero, con mayoría absoluta del PP y fuerte caída del PSOE, tampoco favorece la estabilidad.
Y el tercer golpe para Sánchez en su infausto febrero ha sido la irrupción del caso Koldo García, el asesor para todo del exministro José Luis Ábalos, que está acusado de cobrar comisiones en la compra de mascarillas. Y la negativa posterior de Ábalos a dimitir de diputado, como le exigía al PSOE, y su paso al grupo mixto. Lo de Koldo es grave porque no solo levanta sospechas sobre quien estuvo muy cercano a Sánchez -fue secretario de organización del PSOE y ministro de Transportes-, sino que también ha conducido a la rebelión de Ábalos al negarse a dimitir para zanjar el asunto como pretendía el PSOE.
El PP -frustrado por no haber llegado a la Moncloa pese a ganar las elecciones de julio- va a utilizar el caso para atacar, dañar y todo lo que pueda al Gobierno. Lógico en el partido de la oposición y más cuando las relaciones entre los dos líderes son pésimas y la moción de censura que permitió el Gobierno Sánchez de 2018 estaba basada en una condena por corrupción que salpicaba a Rajoy.
Y en la sesión de control del martes se visualizó la estrategia del PP en la directa acusación de Feijóo a Sánchez: “Usted conocía el caso Koldo y la implicación de Ábalos desde hace tiempo y la ha ocultado”. E insinúa que no estamos ante un caso Koldo, ni un caso Ábalos, sino ante algo que afecta al núcleo íntimo de Sánchez y que toca al propio presidente. Se acabará exigiendo la dimisión de Sánchez y comportará, como mínimo, mucho ruido y una nueva erosión de la confianza en el Gobierno que -como decía la encuesta de EL PERIÓDICO del domingo- ya no es alta.
Cierto que hasta hoy no hay ninguna prueba de las acusaciones del PP. Pero en el sumario de la Audiencia Nacional tampoco se cita a Ábalos -que proclama con razón no estar imputado- y, sin embargo, el PSOE ya le ha exigido su dimisión y prepara su expulsión por no obedecer a la ejecutiva. El PSOE no acusa de corrupción a Ábalos, pero la frase del propio Sánchez -el que la hace la paga- suena a incriminatoria.
Hace años un brillante periodista escribió libros de gran éxito sobre Mario Conde o Pedro Toledo. Un banquero me dijo que el éxito se debía no tanto a que reflejasen la realidad -cosa discutible- sino porque lo que contaba era, más allá de cierto o falso, verosímil. Lo mismo puede pasar con las acusaciones del PP.
Primero porque Koldo García fue -hay evidencias- un hombre clave de Ábalos en el Ministerio de Transportes y Ábalos fue, de hecho, el ‘alter ego’ de Sánchez desde que tras dejar la secretaría general del PSOE tras el famoso comité federal del 1 de octubre de 2016 emprendió la marcha hacia las primarias de mayo de 2017 que ganó por todo lo alto. Y fue premiado con el poderoso Ministerio de Transportes cuando Sánchez llegó al Gobierno tras ganar la moción de censura a Rajoy. Sin embargo, fue cesado por sorpresa -y sin ninguna explicación- en la crisis de Gobierno de julio de 2021. ¿Sánchez tenía indicios de algo que bordeaba la ilegalidad?
Y hay más. Koldo llegó a Madrid -fue portero de discoteca en Pamplona- por el entonces secretario de los socialistas navarros Santos Cerdán. Y en su libro Sánchez habla de Koldo como un abnegado militante que custodió sus avales en las primarias. Y Santos Cerdán no solo sustituyo a Ábalos en la secretaría de organización del PSOE, sino que tiene toda la confianza del presidente, ya que ha llevado las muy difíciles negociaciones con Puigdemont.
Las coincidencias no prueban nada, pero abonan la verosimilitud de una complicidad Koldo-Santos Cerdán-Ábalos-Sánchez, el equipo que ganó las primarias contra Susana Díaz y los históricos del PSOE.
Sánchez es un político con suerte, que se sale de todo y entierra a sus enemigos. Pero el no de Puigdemont a la amnistía y la rebelión de Ábalos pueden ser una nueva y dura prueba para su famosa resiliencia.