La palabra “realidad” está muy presente en las páginas de una de las más hermosas novelas publicados en España sobre Ucrania. En ‘Un hogar para Dom’, de Victoria Amelina, que la periodista Catalina Gómez y el escritor Héctor Abad Faciolince (ambos colombianos) vieron cómo era herida de muerte en una pizzería de Kramatorsk, bombardeada por los sicarios de Vladimir el Cruel, se leen frases como: “Puede que, en realidad, la memoria no te proteja de nada”, o “En realidad, no hay nada más terrible en una funeraria que la esperanza”.
Otro gran escritor ucraniano, Andréi Kurkov (en España ha publicado ‘Diario de una invasión’), escribe en el ‘Financial Times’: “los rusos no se han adueñado de nuestros cuerpos, pero sí de nuestras mentes”. Sus compatriotas están cansados de la incertidumbre y del vacilante apoyo de sus aliados occidentales. Y añade: “Pero quizá son ellos los que están todavía más cansados de apoyarnos, y que quizá nos estén imponiendo su propia fatiga a nosotros”. Quieren (queremos) persuadirles de que abandonen la solución más justa (liberar los territorios ocupados) y cedan ante Moscú para que las armas callen. Apaciguamiento para hoy, más muerte para mañana.
Ahí aflora el fantasma de Múnich, donde se acaba de celebrar una Conferencia de Seguridad a la que se refería con amargura el historiador que acaso mejor ha explicado el sufrimiento de esas ‘Tierras de sangre’. Timothy Snyder reclama una verdadera respuesta frente a Putin (a los ucranianos les escatimamos munición y armamento para derrotar al Cruel), que ha demostrado con creces su falta de escrúpulos: “Putin es todo miedo. Mata a sus oponentes porque teme que a una generación más joven le vaya mejor. Ataca a Ucrania porque no soporta la idea de una democracia en Rusia”. La muerte del opositor Aléksei Navalni en una prisión ártica es la última de una cadena con hitos atroces, como el asesinato de la periodista Anna Politkóvskaya o del físico y activista Boris Nemtsov (autor de un informe sobre el conflicto de Ucrania que tituló ‘Putin es la guerra’, y que fue eliminado a escasos metros del Kremlin).
‘La zona de interés’, de Jonathan Glazer, es una película sobre la idílica vida de la familia del comandante de Auschwitz, Rudolf Höss, en una casa con jardín y piscina paredaña con el campo de exterminio. Pero es un filme en fuera de campo: no vemos la muerte, es apenas un rumor de fondo. ¿Como ahora mismo Ucrania? ¿O Gaza? Kurkov no habla de pesimismo, sino de realismo. ¿Cómo leemos nosotros la guerra desde nuestro confort y, sobre todo, desde nuestra incomodidad moral? Como decían unos queridos amigos, cargados de buenos sentimientos: ¿por qué no se rinden y así dejan de sufrir, y nosotros, de lejos, con ellos? No se puede luchar contra Vladimir el Cruel, a él le da igual la vida humana, de sus compatriotas (sicofantes y disidentes, militares y artistas) y de los ucranianos, que no se dejan ‘desnazificar’.
El presidente ucraniano, Volodímir Zelenski, acaba de destituir al jefe de su ejército, atascado o retrocediendo metro a metro en el Donbás, Valeri Zaluzhni, y quiere movilizar a otros 500.000 hombres. Son las dos figuras más populares de Ucrania. Contaba recientemente en la revista ‘The New Yorker’ la ensayista rusa Masha Gessen (autora de un ‘El futuro es historia. Rusia y el regreso del totalitarismo’), la democracia camina a oscuras en Ucrania. De toda la gente con la que habló allí nadie habla del final de la guerra. Les cuesta imaginarlo, y eso le parece preocupante no solo por lo que respecta a la guerra en sí, sino por la razón por la que luchaban: “La democracia es, a fin de cuentas, la creencia de que el mundo puede ser un lugar mejor”.