Incluso en el mismo infierno hay lugar para la esperanza. Vitor Roque iluminó la tiniebla que consume al Barça con un gol de esos que quedan fijados en el recuerdo. Puso la cabeza el brasileño de 18 años cuando llevaba un minuto en el campo y, al ver entrar el balón, no pudo más que arrodillarse y mirar al cielo con los ojos llorosos. No era para menos. Sobre todo viendo cómo el Barça, otra vez decrépito, tenía que sufrir lo indecible para vencer a un Osasuna que jugó el último tramo con diez. Ya podía estar orgulloso Vitor Roque. No es fácil asomar en la nada.
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A saber cuánto cree Xavi en esos argumentos por los que, a su parecer, era necesario irse sin haberse ido, como si fuera el barbudo de Pimpinela, que amagaba con largarse y sólo se daba un poco la vuelta. La prensa y los generadores de opinión han atizado a Xavi, de acuerdo. Las redes sociales son, a menudo, un lugar inhóspito para la cordura. También de acuerdo. Pero el problema de verdad, y ahí el drama, siempre estuvo en el juego del equipo. En la pesadumbre que despierta ese grupo de futbolistas sin plan ni ánimo alguno de rebeldía. Una ensoñación fue fabricada sobre el pescuezo del entrenador. La alucinación, del todo comprensible, tenía que ver sólo con su pasado como futbolista, sin tener en cuenta que ello no asegura el éxito en el banquillo. Sobre todo si las habilidades, tanto en la gestión deportiva del equipo como en la gestión emocional del maldito entorno, no están a la altura.
Adiós en diferido
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Así que ese Barça que, ante Osasuna, debía liberarse después del adiós en diferido de Xavi fue el mismo equipo de los tiempos en que nadie sabía que el entrenador tenía decidido acabar el próximo mes de junio. Ni hubo cambio en el ánimo de los jugadores, ni hubo sorpresas en la alineación –más allá de la titularidad de Cubarsí en el eje de la defensa–, ni hubo nuevas soluciones tácticas que aliviaran el tormento que supone controlar el bostezo. Pero también la pena.
Tal es la rutina de este Barça que los patrones se repiten sin remedio. Si bien esta vez no encajó un gol en el primer suspiro –ya es algo–, no se libró de sumar un nuevo lesionado a la pandemia. El noveno. Ferran Torres rompió a llorar al ver que ni siquiera podría pasar del minuto cinco de partido. Sus fibras estallaron, y el atacante, con la autoayuda como bandera, se vio de repente de vuelta al pozo.
Fútbol museístico
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Vitor Roque, la esperanza brasileña reclutada por la dirección deportiva de Deco, era el único delantero en el banquillo. Pero no salió él, sino Fermín, que debió maldecir el día porque de poco le sirvió ofrecer algo de movilidad entre el fútbol museístico de De Jong y Gündogan. Aunque Xavi, que había visto que su equipo fue incapaz de rematar a puerta en el primer tiempo, tenía, esta vez sí, un plan con Vitor Roque. Aunque para ello tuviera que sacrificar al pobre Fermín, de vuelta al banco en el minuto 62.
Antes de que uno tuviera la tentación de recriminar al entrenador semejante afrenta, Vitor Roque ya le había dado la razón a Xavi. Tardó 72 segundos el delantero brasileño en atender al centro con el exterior de Cancelo y poner la cabeza en el área pequeña para marcar su primer gol con el Barça. Y tardó cinco minutos en provocar la expulsión de Unai García, que agarró al chico sin reparar en que ya tenía una amarilla.
Pero ni siquiera en ventaja y con un futbolista más se calmó el Barça, por mucho que Vitor Roque siguiera a lo suyo -ofreció un gol a Lewandowski, anulado por fuera de juego-, y que Lamine Yamal insistiera en la búsqueda de la perfección artística ante las quejas de su compañero polaco. Tuvo que soportar el equipo azulgrana cómo Osasuna se le subía a las barbas y rozaba el empate hasta tres veces. Raúl García hizo estrellar la pelota en el palo, el discutido Iñaki Peña puso la mano ante Moncayola, y una montonera en el crepúsculo llevó a la hinchada de Montjuïc al límite.
«Que el cielo exista, aunque mi lugar sea el infierno», una verdad llorada por Borges y a la que Vitor Roque dio sentido mientras miraba al cielo. Con las llamas quemando a su alrededor.