David Castro, segoviano e informático de profesión, fue uno de los pioneros en el sector de la cerveza artesanal en España. Montó La Cibeles en 2010 con una fábrica propia en Leganés. Catorce años y una reconocida marca después, la empresa sigue viva. El camino ha sido intenso: en 2018 Heineken le compró el 51% y en 2021… se lo devolvió. “Con la pandemia cambiaron de estrategia y las cervezas de especialidad dejaron de ser su prioridad“, explica a El Periódico de España, del mismo grupo editorial. “Retomé el control del 90% de la empresa. El 5% sigue en manos de Heineken”.
Como todos los grandes grupos cerveceros de este país —hay cuatro: Mahou San Miguel, Damm, Heineken y Estrella Galicia—, hace unos años Heineken quiso formar parte del ‘boom’ de la cerveza artesanal. Era un sector en auge, moderno, en el que los nuevos proyectos surgían por doquier. Tras décadas de dominio de la cerveza lager industrial (la clásica caña), los españoles empezaban a demandar otras variedades. Así lo recogía el informe anual de la patronal Cerveceros de España en 2017. “La aparición de nuevas compañías cerveceras y el fuerte crecimiento que han experimentado en los últimos años, uno de los más altos de Europa, ha reforzado el dinamismo de este sector (…) El consumidor de cerveza español valora cada vez más que exista un amplio abanico de variedades, incluidas las de elaboración artesana”. En aquel momento, había 521 empresas en todo el país.
“Las grandes cogieron el discurso de la cerveza artesana y ampliaron sus catálogos: han sacado IPAs, hablan del doble lúpulo en los anuncios de televisión”, valora una fuente de la industria. “Y con el potencial que tienen han fagocitado un poco el sector”. Para sumarse a la moda artesana y local, los grupos compraron marcas más pequeñas que hoy ya no les interesan. Prueba de ello es la desinversión de Heineken en La Cibeles o el cierre, esta misma semana, de cervezas La Virgen, adquirida en 2017 por el grupo belga Anheuser-Busch InBev, dueño de marcas como Budweiser, Corona o Beck’s.
Fuera de las adquisiciones, los proyectos independientes languidecen porque no son capaces de competir con las grandes en precio ni en acceso a la hostelería y los supermercados. Según el último informe de Cerveceros de España, el número de cerveceras pequeñas (con producción inferior a 50.000 hl anuales) es hoy un 35% menor que antes de la pandemia y su producción ha caído un 20%.
“La han dejado caer”
[–>
Cuando La Virgen anunció su cierre —que deja a 78 personas en la calle— lo atribuyó a un problema con los permisos municipales en sus instalaciones de Las Rozas. Pero también se hablaba de ciertas dificultades económicas. Según pudo constatar este diario en las cuentas depositadas en el Registro Mercantil a través de Insight View, lo que se escondía detrás de esas palabras era un agujero millonario que tenía a la empresa en quiebra técnica desde hacía siete años, justo cuando pasó a ser absorbida.
Como empresa independiente, La Virgen era rentable. Pequeña pero sostenible, según sus cuentas. En 2016, el ejercicio previo a la compra, las ventas subieron hasta los 2,5 millones de euros y los beneficios alcanzaron los 155.000 euros. A partir de ahí, y a pesar de que sus ventas siempre fueron moderadamente al alza salvo el año de la pandemia, la empresa perdió más de 20 millones de euros y nunca consiguió ser rentable para los nuevos dueños.
Las opiniones sobre tamaño descalabro financiero son diversas en el sector: desde que han quemado mucho dinero en marketing hasta que la absorción por parte de un gran grupo no les vino bien, especialmente en el momento en el que este gran grupo llegó a un acuerdo con Mahou para la distribución (y Mahou compite con La Virgen). Otras fuentes expertas en la industria consideran que a Anheuser-Busch InBev “no le ha interesado La Virgen y la ha dejado caer”. La empresa guarda silencio por “respeto al proceso negociador abierto” con la plantilla.
Algo similar le sucedió a La Cibeles, una marca rentable hasta el momento en que Heineken entró en el accionariado. A partir de ahí, encadenó ejercicios en negativo y las pérdidas acumuladas superaron el millón de euros. Su creador y dueño, David Castro, explica estos datos. “Yo necesitaba dinero para actualizar la línea de embotellado. La ampliación de capital se dedicó a eso y a comprar fermentadores más modernos. Eso conlleva una gran amortización en 2019”, dice. “En 2020, 2021 y 2022 lo que hay es una crisis global, además de la amortización. En 2023 ya estamos en free cash flow positivo”.
Hoy, con el 90% de la empresa de vuelta, Castro vuelve a trabajar de forma independiente. “El acuerdo con Heineken mereció la pena porque hay muchas barreras de entrada en hostelería. Ellos siguen haciendo la distribución porque les sigue interesando meter cervezas La Cibeles en los locales”, dice, aunque la marca se pise ligeramente con otra del grupo, Águila, que empezó vinculándose a Madrid. “En 2021, con la crisis, nos sentamos: ellos tenían que centrarse en algo sostenible y que les generara muchos ingresos, como Águila, y yo tenía que ser más ágil”. Retomar el control le ha devuelto la velocidad. “En una gran empresa, sacar algo nuevo al mercado cuesta dos años porque hay burocracia interna; ahora, si quiero sacar una cerveza para conmemorar cualquier cosa la tengo en dos semanas en el mercado”.
Aunque algo distinta, Mahou San Miguel —primera cervecera de España por volumen de producción— también tiene su propia historia de adquisición de cerveza artesanal. En 2016 compró el 40% de Nómada Brewing; cinco años después se hizo con el control total y liquidó la empresa, aunque tres cervezas Nómada permanecen en su cartera. El fundador, Javier Aldea, entró a trabajar en el grupo como ‘manager’ del Brew Hub, un espacio en el que permiten a artesanos elaborar sus productos. “Fue una compra de talento”, sentencian fuentes del sector. “A Mahou no le interesaba Nómada, sino la gente que hacía Nómada”.
Solo La Sagra, una cerveza toledana que en 2017 fue adquirida por el gigante Molson Coors, se salva: en 2023 facturó 23 millones de euros, un 35% más que el año anterior y un 170% más que en 2021, según sus propios datos.
Las pequeñas fábricas desaparecen
[–>
Israel G. Montejo dirige Factoría de Cerveza, un medio de referencia en la industria cervecera. Confirma la debacle de las cervezas artesanales. “Cerveceros de España habla de un 30% de fábricas cerradas. Más que muerte, yo creo que está habiendo un ajuste: hubo un ‘boom’ y se están quedando solo los proyectos sólidos”, dice. “Si no tienes acceso a los supermercados y los bares están copados, ¿dónde vas a vender? La única posibilidad de subsistir es apostar por tu entorno local”.
Solo en Madrid han desaparecido Madriz Hop Republic, Enigma y Mad Brewing (adquirida por La Caníbal, que ha hecho desaparecer la marca), además de La Virgen. En Alicante desaparecieron Spigha, El Postiguet y Er Boquerón.
Jorge Pinto, fundador de la difunta Estrella Madrid, maneja datos que sugieren que quedan menos de cien fábricas de cerveza artesanal. “Y la mayoría están en pérdidas”, dice. ¿Los motivos? Además de la dificultad para entrar en bares y los efectos de la pandemia y la guerra de Ucrania (cierre de hostelería, subida del precio de las materias primas y el transporte…), “el precio de la cerveza artesana no es el que la gente está dispuesta a pagar. Si no consigues igualar las tarifas de las grandes, es mejor no empezar. Pongamos que un bar tiene grifos de Estrella Galicia pero pide cajas de Mahou, para tener también. La caja de 24 le cuesta 29,75 euros. Le puede pedir al distribuidor una caja de cervezas artesanas, pero va a pagar lo mismo por doce cervezas. Ahí te has muerto”.
Para concluir, Montejo pone algunos ejemplos de pequeñas cerveceras que sobreviven, como CCVK (Compañía Cervecera Valle del Kas, de Vallecas) o Bailandera, en Bustarviejo. “El modelo es local: pones una fábrica y vendes tu cerveza en los bares de la zona, ahorrando en costes de distribución”, zanja.