Golfistas contra pilotos de Fórmula 1. El que podría ser el último duelo entre Rafael Nadal y Carlos Alcaraz. Muchos han querido poner a Netflix en todas las quinielas de concursos de derechos audiovisuales, pero lo cierto es que la plataforma de streaming ha decidido marcar su propio camino. La rentabilidad para ellos no está en comprar los derechos de competiciones ya existentes y con fuertes restricciones a la venta global de las retransmisiones, sino en crear sus propios productos. Inicialmente fueron docuseries sobre los entresijos de la industria del deporte, pero en el último año ha decidido ir un paso más allá y crear sus propios eventos.
El primero tuvo ciertos tintes de reality como los que ya emite en torno a otros negocios, al ser un torneo de golf entre pilotos de Fórmula 1 y golfistas profesionales del PGA Tour. Pero su nueva iniciativa, el Netflix Slam, ya adquiere ciertos tintes de competitividad deportiva real con un duelo sobre la pista entre los dos tenistas españoles de presente y futuro. Ambos solo se han cruzado tres veces, por lo que el cruce será realmente una cita marcada en el calendario para cualquier amante de la raqueta. ¿La ventaja para Netflix? Ejerce como promotor, por lo que solo debe pagar el caché de los jugadores, pero se ahorra negociar con torneos y, lo más importante, tiene el control total sobre la puesta en escena, cambios de normas y no tiene que compartir con nadie los derechos.
En el duelo Nadal – Alcaraz, controla la puesta en escena, las normas y los derechos
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En el fondo, la plataforma nos plantea un duro interrogante a los amantes del deporte y sus gestores. ¿Preferimos pagar por ver todos los torneos de tenis en un determinado canal o nuestra sed de épica sobre la pista queda saciada con un partido que la historia nos ha dado solo en tres ocasiones? ¿Es un gancho de suscripciones más atractivo ese duelo hispano o un US Open entre el público generalista?
La pregunta duele porque sabemos la respuesta perfectamente, pero también porque es un reflejo más de que el deporte como producto de entretenimiento debe definir una hoja de ruta en la que la tradición de reglas y pirámide competitiva puede ser un obstáculo. De esto hablaremos mucho esta semana, una vez conozcamos la sentencia sobre hasta dónde llega el poder del actual ecosistema futbolístico y hasta qué punto será viable que surjan nuevas competiciones más orientadas hacia los nuevos hábitos de consumo. Vaya por delante, que soy un convencido de que el formato de las ligas nacionales continúa siendo imbatible.
Dicho esto, la evidencia es que las grandes tecnológicas han dejado claro cómo quieren que sea el deporte: capacidad de venta de retransmisiones a nivel global; cierta libertad en el formato o, al menos, en el envoltorio que acompaña a las retransmisiones de la competición en directo; que el foco pueda estar en el atleta y no tanto en un club o competición, pues la conexión emocional siempre será mayor entre personas.
Por eso, hoy crear héroes es más difícil y necesario que antes, cuando el deporte tenía la exclusiva capacidad de monopolizar audiencias e impactar en cientos de miles, sino millones de personas, al mismo tiempo. Hoy un héroe no solo son sus títulos, es su capacidad de conectar y comunicar. Y eso todos debemos entenderlo.