La vida puede ser de lo más absurda cuando nos condenan a confundir el éxtasis con el drama, la gloria con el dolor.
Vitor Roque es un adolescente con carisma, pero incapaz de ocultar un gesto de inocencia del que muchos querrán aprovecharse. El chico, que ya venía de estrenarse como goleador contra Osasuna, retozó otra vez con la felicidad más pura al salir al campo y marcar con dulzura el 1-3 en Mendizorroza. Pero Martínez Munuera, con la abusiva autoridad de quien no entiende ni la irreverencia ni el juego, expulsó al brasileño al mostrarle una segunda amarilla en un episodio de simple disputa futbolística. El partido no cambió para el Barça, en paz con su segundo triunfo consecutivo de la era de interinidad de Xavi Hernández, pero sí para Vitor Roque, que descubrió el precio de ser todavía un niño en un recreo cruel y desconocido.
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Xavi, entre sus misas semanales, tendrá que hacer entender a Vitor Roque que, al menos por ahora, no tendrán piedad con él. Mientras lo hace, podrá seguir abundando en el camino abierto en Vitoria. De un entrenador se espera inventiva. Así que el técnico, que ya llevaba semanas dando vueltas a la idea, pensó que colocar al central Christensen como mediocentro podía ser esencial para alcanzar la estabilidad soñada. No se complicó, no la lio y permitió que Gündogan jugara donde debe, frente al matadero. Bastó.
Como una letanía pronunciada ante fieles, el Barça volvió a sus amaneceres de angustia y sudor. Un minuto fue suficiente para que el Alavés llevara al límite a los azulgrana, incapaces de abrir los ojos sin el dolor de la ducha fría. A los 15 segundos el joven Cubarsí se llevaba por delante en el área a Álex Sola. Pudo agradecer el chico que el árbitro advirtiera un fuera de juego previo. Fue aquel el primer desliz del minimizado Cancelo en la orilla izquierda. Por el mismo flanco volvió a correr Sola, cuyo centro al área hacia el imberbe estibador Samuel Omorodion no llegó a destino gracias a la intervención de Araujo.
Xavi, que había afrontado la jornada con la obsesión de que no pasaran muchas cosas sobre el campo, ordenó a sus cuatro centrocampistas que hicieran de la paciencia bandera. Aquello funcionó durante un buen tramo del duelo, jugueteando los futbolistas del Barça con las ganas de marcha del equipo del siempre atormentado Luis García Plaza.
Gündogan, martillo en el área
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Coincidió ese momento de paz del Barça con el gol inaugural. Quién sabe qué hubiera ocurrido si el control de Lewandowski no hubiera rebotado con su defensor. Qué más da. El polaco había sido habilitado con soltura por ese Gündogan que parece otro cuando se arrima al área (nueve asistencias lleva ya en todas las competiciones, su mejor registro histórico). Pero nada hubiera tenido sentido sin la definición de Lewandowski, que insiste en combatir su evidente anochecer como futbolista con golpes episódicos de genio. Levantó la pelota sobre el portero con tanta dulzura que a Sivera debió darle tiempo a santiguarse varias veces sabiéndose condenado.
Pero al Barça le iba a costar todavía controlar el juego y sus miedos. Antes de llegar al descanso, Iñaki Peña tuvo que sacar bajo palos un remate a bocajarro de Guridi y pudo agradecer después que Samu, también solo en el área, no pusiera recto el pie. Tal es la fragilidad azulgrana que ni siquiera pudo degustar el formidable 0-2 coronado con un martillazo de Gündogan después que Lamine Yamal y Pedri dibujaran el contragolpe perfecto. El centrocampista alemán no aguantó mucho más, sustituido por culpa de un golpe en la espalda.
El guateque, esta vez, duró dos minutos. Héctor Fort, que tuvo que sustituir a un Cancelo que no puede seguir jugando con dolor en la rodilla, fue superado por Sola. El extremo no tuvo suficiente, sacó el exterior y brindó, esta vez sí, el gol a Samu, descuidado por Araujo.
Fue el único error que cometió Fort, que acabó rayando a un gran nivel en ese Baby Barça sublimado por Lamine Yamal, un demonio en el segundo tiempo, y que encontró por fin la calma con la furiosa irrupción, y el gol, de Vitor Roque.
Debió verse el apesadumbrado delantero brasileño en una película de Buñuel, quizá El Ángel Exterminador. Tras ver la roja y resistirse a asumir un castigo que no le tocaba, no pudo más que agachar la cabeza y rendirse ante el sinsentido del fútbol: “Es preferible la muerte a este ambiente tan descuidado”.