This Barcelona It will be remembered as the new Vienna between the wars, cradle of the European ideal, mecca of restless intellectuals and, above all, arcadia of the more special cafes and unique.
It’s a joke.
In the Austrian capital, there was a strong coffee culture as a meeting point. Since the beginning of the 20th century, and until everything went down, Robert Musil, Stefan Zweig or Adolf Loos They met in places like the imposing Cafe Central. They played billiards, ate goulash soup and chatted: a telephone switchboard connected them with the outside, the silent atmosphere encouraged bustle of ideas and they had press from all over the world at their disposal (it is said that they even offered 250 newspapers from 22 countries). Suddenly, students came in from the Opera and they bowed like those they had seen on stage. I sat in that cafe, among imperial portraits, mahogany furniture and amber walls, and after a while I almost engineered a revolt like Trotsky or I proposed to write a masterpiece like ‘The Radetzky March’, by Joseph Roth (luckily for everyone calmed down).
En la Barcelona actual, digamos, ese ideal humanista anda algo perdido con la indiferencia común ante tanta guerra en marcha, es difícil hasta encontrar un quiosco para comprar un periódico y podríamos decir que los cafés no son únicos, sino clónicos.
Otras ciudades lamentan el cierre de bares decimonónicos, pero estamos hablando de una que lloró el de un Bracafé. Porque un fantasma recorre Barcelona y se nos aparece en cada chaflán gritando: ¡365, Vivari, Fornet, Grannier, L’obrador! En la última década han abierto más de 400 de estas franquicias amparadas en la etiqueta de panadería con degustación. Son un dos por uno letal, porque han logrado arrinconar tanto a las panaderías reales de barrio con horno propio como a los bares de siempre. A diferencia de estos, no es difícil conseguir licencia y el convenio de los empleados no es tan exigente (aunque puedas comer ensaladas de pasta o tomar cerveza, la persona que te las sirve cobrará mucho menos que su homólogo en un restaurante). De hecho, proliferan artículos que indican la irregularidad de los usos de algunos de estos sitios.
Es desconcertante que desde un cruce del Eixample puedas ver hasta cuatro de estos establecimientos. Es algo casi onírico: tú remontas manzanas de Cerdà, pero sigues en el mismo punto, como pasa con el paisaje de Los Picapiedra cuando avanzan con su troncomóvil. Esta es una ciudad de supermercados, tiendas de carcasas de móviles y fornets falsos que recalientan napolitanas congeladas. En bucle.
Nuevos escenarios barceloneses
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No es ya que no exista la cultura del café vienés, es que todos nuestros recuerdos estarán ambientados en uno de estos lugares idénticos. ¿El Bar Delicias de Marsé? ¿La Bodega Monumental de la Rodoreda? Si no quieres que suene a novela histórica o de ciencia ficción, mejor pon ahí una buena franquicia para dar verosimilitud. Primeras citas, grandes amores, peores rupturas acabarán en las novelas barcelonesas así:
– No eres tú, soy yo -mintió ella, tras pinzar uno de los tres crusanets industriales de la oferta 3 x 2.
– Tanto nadar para acabar en la orilla -contestó él, mientras removía el café con el palillo de madera en el vaso de cartón-. Al menos el café es para llevar, me piro: ahí te quedas -y abandonó el 365 un 29 de febrero.