No hay que tener simpatía alguna por Puigdemont para decir alto y claro que nada tiene que ver su praxis con terrorismo alguno. Pretender que era una especie de gerifalte de una organización armada sería una imbecilidad, si no fuera por las implicaciones horrendas que comporta y por la pérfida voluntad que pone de manifiesto.
Hay que tener mucho arrojo para pretender tamaño infundio. Además de un desprecio a la verdad y una evidencia escandalosa del profundo desconocimiento -tal vez adrede- que se tiene de lo que ocurrió. De cómo nació Tsunami Democràtic. Y de lo que pretendía. A menos que la verdad te importe un comino.
Para empezar, porque la irrupción de Tsunami fue saludada no ya con desdén por parte del entorno directo de Puigdemont si no con un repugnante rechazo. Se llegó incluso a decir, ni más ni menos, que era un invento de ERC y del PSOE. El independentismo más bravucón reaccionó contra Tsunami con un sonoro resquemor -temían no capitalizar la condena a Junqueras y compañía- e incluso desprecio. La propuesta de Tsunami era ‘Sit and talk’. Nada que ver con el simulacro de batalla sin cuartel ‘No surrender’ que quería escenificar Puigdemont. Pura gesticulación mayestática. Lo que también incluye a su Consell de la República, otra ficción. Un engañabobos, eso sí. ¿Pero terrorismo? Venga, por Dios.
Nada de eso convierte al eurodiputado Puigdemont -vencedor en aquellas europeas- en un peligroso terrorista. Ni de casualidad. Como tampoco las protestas de Tsunami Democràtic. Que tampoco hay que compartir ni en el fondo ni en la forma. Nacieron con la voluntad de generar un amplio y contundente rechazo a la condena de 100 años con que se saldó el 1 de Octubre. Incidentes sí hubo. Pero jamás fueron más allá de algaradas callejeras, de jaleo, de disturbios públicos. Pretender que la muerte de un viajero en el aeropuerto del Prat por un ataque cardiaco convierte la protesta en terrorismo es demencial.
[–>Igual se nos olvida pronto lo que ocurre en cada huelga general. O, estos días, el colapso general que pretenden los agricultores hartos de practicar una profesión que languidece. Por no evocar conflictos como el de Euskal Herria. O cualquier conflicto laboral en otros astilleros. Por no hablar de esos agricultores franceses que, a cara descubierta, asaltan camiones españoles. O de las protestas de los chalecos amarillos. ¿Los persiguió un juez por terrorismo?
Hay una derecha de rancio abolengo que está en lo peor. Esa ‘fachosfera’ que denuncia Sánchez. Que también tiene ramificaciones judiciales. Esa misma derecha que jamás acusó a los golpistas del 23F de terrorismo pese a que -parafraseando a Feijóo- sembraron el terror. Y cabe decir que estos no sacaron urnas a la calle, sacaron tanques y entraron a tiros en el Congreso. Por cierto, todos ellos indultados. Como los jefes del GAL.