Let’s put a town out of sandy empty space between Mali and Mauritaniaany one next to the border at the southeastern peak of the line that appears on the maps, drawn in its day by European colonialism: El Sérabo, for example, or El Barka or Fassale.
In the town, a neighborhood made up of 60 families, each poorer one, is tired of seeing sad faces every day in the smoky setting of their lives, increasingly arid due to climate change and increasingly dangerous due to Al’s Sahelian franchises. Qaeda and ISIS that gain power by causing terror.
These families have in common the fed up with misery, the thirst of their livestock, and offspring in the house of five, six, nine children. There is also a cousin, a relative in the town who in turn has another cousin, another member of the clan. in Nouadhibou, in the labyrinth of thousands of boats of one of the largest fishing ports in Africa.
Una noche de un mes especialmente duro se ponen de acuerdo para un intento de paliar su miseria. Cada familia elegirá un hijo para lanzarlo al mar, un hijo seleccionado para mandarlo en cayuco a Europa. Si llega, podrá enviar dinero al pueblo cuando encuentre un trabajo. Si no llega, mala suerte.
Todo el pueblo organiza una colecta para sufragar la expedición. Cuando haya dinero, darán un pago al primo del primo, y este pedirá a Nuadibú que se organice el flete, y los hijos saldrán con lo puesto, arena adelante, buscando la orilla del Atlántico.
La utopía
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Casos como estos son el prólogo. La trama continúa en forma de diligencias policiales, las investigaciones en las que seis agentes de la Policía Nacional colaboran con seis de la Police de Mauritania en el intento de controlar el torrente humano que desde el Sahel y el África subsahariana busca cauces hacia Europa.
España empezó a desarrollar una política de adelanto de fronteras a la orilla occidental africana en 2008, después de que la crisis humanitaria de 2006 arrojara a Canarias mas de 40.000 personas. Hoy están destacados en el país saheliano, además de los policías, 34 guardias civiles, estos volcados más en colaborar en patrullas.
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La Policía ha mandado también un grupo de expertos en extranjería y fronteras de la Policía que desarrolla el POC (Partenariat Opérationnel Conjoint), programa de formación para fuerzas de seguridad mauritanas financiado por la Comisión Europea y gestionado por la fundación FIIAPP. Los agentes mauritanos aprenden softwares nuevos, técnicas de seguimiento, obtención de pruebas… hasta a colocar una baliza de seguimiento. Uno de los profesores mira sin pesimismo la actual crisis migratoria: “Todo tiene remedio… pero ese remedio hay que constuirlo”, dice. Ahora bien, es realista: “Eliminar por completo el problema de la inmigración ilegal es una utopía”.
800 km menos
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Los policías españoles trabajan como asesores, “en compartir nuestros métodos de vigilancia, cómo mejorar en la aportación de pruebas a un juzgado…”, explica uno de los veteranos, con un lustro metido en aquel paisaje.
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Su experiencia le permite avanzar explicaciones para el fuerte repunte de llegadas de embarcaciones con subsaharianos que registra Canarias: “La situación en el Sahel es muy complicada por la guerra en Mali, por lo que está huyendo mucha gente a Mauritania; y los acuerdos con Senegal hacen ahora más difícil salir con los cayucos desde allí, así que las mafias han trasladado proyectos y puntos de partida a Nuadibú y Nuakchot”.
Es mucho más al norte. Se ahorran 800 kilómetros de travesía. Otro atractivo para intentarlo, ahora que Canarias ya sólo queda a 850 kilómetros, y pese a que en invierno el viento se interpone con gran rudeza aguas arriba del Atlántico.
Del cayuco a la piragua
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“¿Os habéis dado cuenta en España de que os llegan embarcaciones más pequeñas?”, pregunta el policía. Cierto. Los seguimos llamando cayucos, su nombre popular, pero ya no son las barcazas senegalesas: ahora a lo que zarpa de Nuadibú los pescadores mauritanos lo llaman “pirogue”, o piragua.
Son, es verdad, embarcaciones más reducidas, las que salen al pulpo en temporada. Pero para las mafias, calculan las fuentes policiales consultadas en Mauritania, precisan fletes grandes, de entre 150 y 180 migrantes, para que les salga rentable lanzar a la gente al océano.
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Reunir un pasaje no es demasiado complicado en la atestada Nuadibú, atestada por la bolsa de 300.000 subsaharianos que espera poder saltar a Europa. Y sin estridencias: “El crimen organizado aquí no es violento -apuntan en el contingente policial español, en el que todos piden el anonimato-, porque funciona como una agencia de viajes ilegal”.
Incluso dan algunas facilidades. Hay en Mauritania ahora “una explosión de nuevos organizadores de travesías, que trabajan coordinados, pero que también compiten entre sí”, relata. Además, viaje a viaje, los migrantes han ido elevando sus exigencias. Antes, si el flete fallaba (agotamiento del combustible, tempestad, intercepción policial…), el migrante había perdido su dinero. Sin más. Ahora el cliente, por los 900 euros que paga, le saca al mafioso el derecho a intentarlo hasta tres veces. Lo llaman “garantie”.
Hay que callar
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“Si Mauritania se abre, España se inunda”, sentencia un diplomático español para resumir la situación. Es una somera explicación de los vasos comunicantes de la inmigración y la inestabilidad del Sahel… y del viaje que esta semana han hecho Pedro Sánchez y Úrsula Von der Leyen a Nuakchot.
Pongamos que han llegado ya los hijos a la aldea del sur. Les espera el primo del clan mafioso. Les han buscado un foier, un chamizo oscuro en que se esconderán hasta dos semanas en espera de la oportunidad.
Poco a poco se va imponiendo la iniciativa que en algún viaje tuvo un joven más arrojado que los demás. Ahora en numerosos fletes a Canarias se paga a la salida la mitad del precio. La otra mitad, cuando pisen suelo español. Ahí habrá un boutiquier, un tendero, un pariente del primo del primo al que darle el resto del dinero.
Desde que salen del foier hasta el embarque todo el montaje se vuelve vulnerable ante la policía, pero la distancia es corta, y abriga a los viajeros la confusión del ambiente entre más de 4.500 cayucos y piraguas amarradas, y, casi siempre, la noche.
“Es difícil distinguir a un pescador de un migrante”, relata uno de los policías. Frecuentemente los viajeros visten el bach, un pantalón verde impermeable, amplio y alto de cintura, que usan los pescadores.
Si, a pesar de todo, los pilla la Gendarmería, ninguno hablará, nadie dará pistas. “Los migrantes son víctimas, pero están aleccionadas para mentir -explica una de las fuentes policiales-. Es una ley del silencio aceptada por todos, porque a todos conviene: si es detenido el cabecilla del viaje, entonces sí que pierden las tres oportunidades que han pagado”.
Y, sin embargo, pese a cautelas y garantías, al migrante lo timan. Cuántas veces no habrá metido una mafia que sirve a otra mafia agua en vez de gasolina en algunos bidones del cayuco, y se acaba el combustible en alta mar, y queda su carga humana a merced del sol y las olas.
Cuando los hijos de la aldea se ha lanzado al Atlántico está la suerte echada. Si a sabiendas los enviaron a la muerte, si todo sale mal, si puede con ellos la sed o los mata un temporal, lo primero que llegará al pueblo será la nada, la falta de noticias. Preguntarán entonces al primo del primo; este no sabrá nada… hasta que a gotas vayan llegando rumores de Nuadibú. Y a falta del agua que se llevó el cambio climático lloverá sobre la aldea un luto profundo y sin ostentaciones.