Un abuelo ucraniano que al despertarse olvida todo, incluso la guerra. Un niño frustrado porque Nintendo ha cerrado sus tiendas en Rusia y no puede seguir jugando. Un agricultor que, cerca de la frontera de ambos países, ignora las bombas, obsesionado con salvar su cosecha. Un monologista de Kiev desplegando humor negro para espantar el miedo a los bombardeos. La guerra entre Rusia y Ucrania, retratada a partir de la vida cotidiana de dos personas, protagoniza el libro gráfico Diarios de guerra (Salamandra Graphics), de la germano-estadounidense Nora Krug. El volumen, un relato visual cocinado a partir de entrevistas realizadas a lo largo de un año, pone el foco en las emociones y sentimientos de dos personas atravesadas por el conflicto armado.
Cuando Rusia invadió Ucrania en febrero de 2022, Nora Krug comenzó a intercambiar mails con dos sujetos anónimos: K., una periodista ucraniana nacida en la antigua Unión Soviética, y D., un artista ruso. Decidió lanzarse a tejer un conmovedor diario de abordo. Cada semana, les preguntaba qué habían hecho y qué habían sentido. Tras mandarles el borrador de la viñeta semanal y ser aprobada por ellos, la enviaba a Los Angeles Times, donde fueron publicadas originalmente. Tras el estallido de la guerra, D. y K. dejan San Petersburgo y Kiev respectivamente buscando un mejor destino para sus familias. Diarios de guerra recoge un año en la vida de K. y D., sus emociones, frustraciones, motivaciones y sueños. “Me interesan mucho las narrativas personales que la historia suele olvidar. Son un componente importante de la historia, de la verdad y de cómo vivimos la guerra”, asegura Nora Krug a El Periódico de España, del grupo Prensa Ibérica, en una entrevista realizada durante la última Festa Literaria Internacional de Paraty (FLIP), uno de los encuentros literarios más celebrados de América Latina.
Narrativas ambivalentes
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A lo largo de su periplo por Finlandia, Turquía, Estonia y Francia, D. demuestra con frecuencia cierto complejo de culpa. Paralizado emocionalmente, confiesa que no deja de sentirse “incómodo al saber que soy ruso”. Cuando le preguntan de dónde es, responde que de San Petersburgo, en lugar de Rusia, por identificarse más profundamente con su ciudad que con su país. Simultáneamente, D. se posiciona contra la guerra, critica a Putin e intenta ayudar económicamente al pueblo ucraniano. En cierto momento, asume que no empuñará un arma si Rusia le llama a filas, aunque eso le condene a la cárcel. Sin embargo, tiene miedo a ir a las manifestaciones contra la guerra. “No le retrato como una víctima, porque pienso como alemana. Es importante no tratar a los perpetradores como víctimas. Es cierto que D. está tomando riesgos al ser entrevistado, pero tenemos que reconocer que la mayoría de los rusos no está haciendo suficiente contra la guerra. Su narrativa es más ambivalente que la de K., porque a ella la están bombardeando, sus colegas están siendo asesinados, la vida de su familia está amenazada…“, asegura Nora Krug.
La escritora e ilustradora, profesora de la Parsons School of Design de Nueva York, confiesa que su visión crítica con Rusia es parte de un intento mayor de diseccionar las narrativas que nos contamos a nosotros mismos para sentirnos mejor. “En Francia, su narrativa sobre la Segunda Guerra Mundial es la de la Resistencia, aunque hubo campos de concentración gestionados por franceses que mandaban a prisioneros a Auschwitz. En Estados Unidos tienen la narrativa de los libertadores, aunque no dieron suficientes visados a judíos. Algunos murieron porque no tenían visado estadounidense”, matiza la autora. “Resulta fácil aclamar a un héroe y condenar a un criminal. Pero son las narrativas ambivalentes las que nos obligan a afrontar con espíritu crítico nuestra pasividad”, escribe Nora en la introducción del libro.
Infierno cotidiano
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La historia de K. sirve de metáfora del exilio de millones de ucranianos que abandonaron el país tras la agresión rusa. Ella se instala en Copenhague con sus hijos pequeños y su madre. Su marido se queda en Kiev por problemas de visado. En sus sucesivas visitas a Ucrania, donde va también para informar como periodista sobre la guerra, K. va descubriendo cómo las bombas se van llevando a amigos y conocidos. Su suegro, una mañana, pierde la memoria. Poco a poco, repara en que la guerra ha envejecido su cuerpo: “Poco después de que comenzase la invasión, me di cuenta de que tenía arrugas nuevas alrededor de los ojos. Mis amigos también están diferentes. Tienen la piel más pálida que antes, los ojos se les ven más oscuros y han perdido la pasión por vivir”. En la semana 47 del diario, el marido de K. vacía su apartamento en Kiev, porque “es inaccesible durante los apagones y vulnerable a los cohetes, que pueden destruirlo en segundos”. K. se conmueve y llora al saber que su vida pasada cupo en siete metros cúbicos de un camión de mudanza. Casi un año después del inicio de la guerra, K. asiste en Kiev al espectáculo de un monologista que bromea sobre el miedo a ser bombardeados. “El cinismo nos protege del daño emocional. El humor es una buena cura“, sostiene K.
Alejado de las bombas del frente, la cotidianidad de D. está atravesada por angustias de otro tipo. Mientras su mujer e hijos esperan en San Petersburgo a que él encuentre visado en algún lugar, para emprender un exilio en familia, D. se desinfla entre el desarraigo y la impotencia. En Estambul, apenas se siente en casa en el IKEA, donde reconoce unos muebles iguales a los de su casa. En París, habla con sus hijos pequeños a diario, pero decide no regresar a casa por miedo a perder su visado temporal y a ser reclutado. “No nos vemos ni nos abrazamos, desde hace cuatro meses. Me preocupa que un día acabemos llevando vidas independientes”, confiesa. “Aprendemos las guerras en el colegio, pero nos olvidamos que son vividas por individuos de una manera muy emocional”, asegura Nora Krug.
A lo largo de Diarios de guerra flota una pregunta invisible: ¿por qué el ser humano inicia guerras? “Creo que es una de las preguntas básicas de todo mi trabajo. Porque es la única cosa terrible que está pasando en el mundo que podemos evitar. No podemos hacer mucho contra los desastres naturales, pero la guerra es completamente innecesaria”, afirma Krug.
De Hitler a Trump
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La obra de Nora Krug es una personalísima investigación sobre el autoritarismo. En Heimat (Salamandra Graphic, 2021), elegido mejor libro del año por The New York Times y The Guardian, la autora aborda la historia contemporánea de Alemania a partir de su familia. En el camino, descubrió que su tío entró en las SS (Schutzstaffel, la tropa de élite nazi) a los 18 años de edad. “Vivo en Nueva York hace 21 años. Cuando dejé Alemania, entendí cuán profundamente formateada estaba por la Segunda Guerra Mundial y las atrocidades nazis. En las fiestas, en una ciudad muy judía, yo era habitualmente la única alemana en la habitación. A menudo, las preguntas a las que me enfrentaba me hacían darme cuenta de que nunca averigüe qué pasó en mi familia. Es una especie de tabú tácito”, asegura Krug. La investigación sobre el pasado de su familia para el libro Heimat –dibujos infantiles, escritos, fotografías– fue una experiencia chocante. “En Estados Unidos, si tu abuelo luchó en la Segunda Guerra Mundial quieres saber todo sobre él y hablas de ello en los encuentros familiares. Para los alemanes es lo contrario: encuentras su documentos personales y te avergüenzas”, matiza Nora.
La incapacidad de criticar a Israel es, en opinión de la autora, uno de los efectos colaterales del pasado alemán. “Estamos profundamente comprometidos con la supervivencia de Israel y el pueblo judío. Pero nuestra relación con el judaismo es también antinatural. Solo aprendemos sobre el Holocausto, pero nada sobre cultura judaica contemporánea. Creo que es un problema no poder criticar a un gobierno, lo que hace Netanyahu todo el rato, condenado por muchos judíos, por muchos isralíes. ¿Por qué no podemos criticar a un gobierno o a un presidente?”, se pregunta la autora.
Nora Krug considera que figuras autoritarias como Trump, Putin o Hitler están cortados por el mismo patrón: “No se sintieron amados por sus padres y tienen un gran complejo de inferioridad. Son, básicamente, psicópatas”. La autora confiesa que cuando Donald Trump se convirtió en presidente se quedó profundamente perturbada. “Quienes crecieron en Estados Unidos, con la narrativa de país libre y democrático, nunca pensaron que alguien como Trump llegara a ser presidente. Para mí, en un sentido, era una experiencia similar. Hitler fue presidente durante doce años. Trump, durante cuatro. Puedes matar a millones de personas en un corto periodo de tiempo”, matiza.
Durante el mandato de Trump, Nora se involucró en la ilustración del libro Sobre la tiranía (Salamandra Graphic, 2022), del historiador Timothy Snyde. “Aunque el libro original había sido publicado hacía tiempo, sentía que estaba trabajando en un diario visual de lo que pasaba en mi país. Me daba mucho miedo, pero también me hacía sentir poderosa. Como artista, siempre me digo… No soy médica, no soy abogada, no soy una jueza. Pero me di cuenta que sí podía hacer algo, trabajar en un libro sobre lo que estaba pasando”, asegura.
La autora se muestra profundamente preocupada por el posible retorno de Donal Trump al poder. Votará a Biden, afirma, a pesar de ciertas decepciones con su gobierno. “Trump incita a la violencia con su forma de hablar, con las palabras que usa, con su mímica. Es un hombre muy peligroso y muy estúpido. Aunque no sé qué es peor, si ser estúpido y peligroso o inteligente y peligroso”, concluye.