“He quedado a las 15:30 horas en Portugalete para comer con un amigo”. Fue una de las últimas frases que dijo antes de salir. “No necesito dinero, solo para el Metro, ha dicho que me va a invitar”. Se llama Ángel y desde hace ocho años su familia lo busca. Su rastro se perdió el 6 de octubre de 2015. Desaparecido. No está. “Le di cinco euros para el Metro, le dije que tuviera cuidado… y no volvimos a verlo más”, lamenta Maite, su prima y tutora legal. La última persona que lo vio fue otra prima suya: “se encontró con Ángel cerca de la estación del metro Bolueta, el que solía coger cuando iba a Portugalete”. El trayecto: 18 estaciones. La duración del viaje, poco más de media hora. Pero… “a la comida no llegó”.
Durante estos ocho años su familia ha investigado y recabado información. “Hubo demasiadas pistas, comentarios, rumores”. Muchas hipótesis, aunque ninguna firme a nivel policial. Para la familia solo había una explicacion a la ausencia: “algo le han hecho, él no hubiera desaparecido así, sin llamar, sin decir nada, por propia voluntad”. Hubo también un sospechoso que, oficialmente, evitó la culpa. Vuelve a sonar su nombre. “Ocho años después, dos personas diferentes nos llevan a él otra vez”.
Alarma la misma noche que salió
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“Nada más llegar la noche supe que algo malo había pasado”, arranca Maite. Mira, junto a
CASO ABIERTO
, portal de sucesos e investigación de Prensa Ibérica, ocho años atrás. “Me voy a liar un poquito, voy un poquito más tarde. Dame media hora que estoy llegando…”, explica, “él muchas veces se quedaba en casa de algún amigo, o pasaba la noche fuera, pero nunca lo hacía sin avisar”. Esta vez no había avisado.
Más de una vez la llamada, el mensaje, llegaba desde el mismo Portugalete, donde el joven tenía muchas de sus amistades porque siempre vivió allí. “Conmigo llevaba desde los 16 años, cuando tenía 14 su madre falleció y lo pasó realmente mal“. Ángel tocó fondo, lo sacaron de Portugalete, y se instaló junto a Maite y su familia en el barrio de Otxarkoaga, en Bilbao. “Aquel día -el último- salió de casa tan normal. La quedada no era nada extraño, eran sus amigos, que no regresara y, sobre todo, no avisara, sí”.
Avanzó la noche y Ángel no regresaba. No lo hizo jamás. “Intentamos contactar con sus amigos. Como muchas veces usaba mi móvil para llamar, yo tenía en la agenda a muchos de ellos”, recuerda su prima. “No, si no lo hemos visto”, “no, no sé nada de él…”. Las respuestas iban empeorando los ánimos. “Nos parecía rarísimo…”, describe Maite. “¿Ángel? No llegó a comer”. Aumentó la preocupación. “Pensamos que le había pasado algo seguro, le habían hecho algo… Así que al día siguiente fuimos a denunciar”.
Tres denuncias
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“Pantalón vaquero, camiseta amarilla, niqui de rayas verdes y amarillas, zapatillas New Balance”, describió Maite. “Dijo que iba con unos amigos pero, al parecer, no llegó”. Los agentes de la Ertzaintza, cuenta, apuntaron los primeros datos. “Le dijimos que había desaparecido, que nadie sabía nada, que habíamos llamado a sus amigos… y bueno, lo habitual”. En paralelo, los familiares batieron Portugalete para ver si lo podían encontrar. Nadie lo había visto. Nada llevaba a él.
“Nerviosos, volvimos a la Ertzaintza para ver si ellos habían avanzado, y nos dicen que si sabían algo…. ¿de qué?”. Primera sorpresa, explica, habría más. “Que no habíamos puesto ninguna denuncia… Pusimos una segunda denuncia, que no querían coger”. La familia de Ángel asegura que uno de los agentes llegó a decirles: “estará gozando de la vida”. Maite, el resto de primos, repitieron la misma operación inicial, en paralelo a los investigadores, salieron a batir, a buscar.
“Apareció un agente y aseguró que no figuraba ninguna denuncia por desaparición. No lo podíamos creer, tuvimos que poner la denuncia por tercera vez”
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“Nos iban dando pistas: ‘lo vi en la Lonja de Portugalete, lo vi allá…”. La familia, muy numerosa, se desplazaba en grupos amplios ante cada llamada. “En una de nuestras búsquedas apareció un agente, y nos dijo que no podíamos estar todos investigando a una persona, preguntando… Le dijimos que Ángel estaba desaparecido… El agente aseguró que no figuraba ninguna denuncia por desaparición. No nos lo podíamos creer, tuvimos que poner la denuncia por tercera vez”.
Entre la denuncia uno y la tres hay un margen de más de dos semanas. “Cuando el caso llegó por fin a la Unidad de Desaparecidos se habían borrado las imágenes de las cámaras del Metro”. Fundamentales, casi claves.
“No hemos podido saber si, como todo apunta, Ángel entró en la estación, si se bajó en Portugalete o dónde. Si iba solo, si se encontró con alguien o no. Desde la primera denuncia lo pedimos, las cámaras, por favor…”, lamenta Maite. “Eso tan importante lo perdimos porque no nos hicieron caso cuando fuimos a denunciar”.
Un sospechoso, otra vez
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Llamadas, pistas, avistamientos. Los primeros meses fueron un continuo chorreo de datos. “Escuchamos mucho, averiguamos tantas cosas… que no sabíamos por donde tirar”. Maite, el resto de familia, compartía cada dato con los investigadores. “Sí, lo vamos a mirar…nos decían”. Nunca avanzó la investigación. Un nombre, un sospechoso, sonaba con fuerza. Policialmente pasaba desapercibido, familiarmente no.
“Hablamos directamente con él y nos contestó que solo nos diría algo de la desaparición por dinero… si no, no”. Mostraron, asegura, sus pruebas a los ertzainas encargados del caso. Los pantallazos de sus chantajes. “Nos dijeron que no creían que tuviera nada que ver… Pero, ¿sabes? Es el mismo sospechoso al que, por otra vía, nos apuntan ocho años después”. Dos pistas, dos testimonios, que han recibido tras la difusión de la alerta de Ángel en redes sociales, instando a la colaboración ciudadana recordando que desde hace ocho años el joven no está.
La familia ha aportado estas dos pistas a los investigadores. “Les dan credibilidad, hay una, sobre todo, que es importante”. La última reunión la tuvieron hace un par de semanas. “Dijeron que lo pondrían en marcha… solo ruego que esta vez sea de verdad”.
Veinte años tenía cuando salió de casa. Veintiocho habría cumplido ya. Siempre sonriente, por muy mal que vinieran dadas. Tras la muerte de su madre, vivió dos años agitados, “conoció gente algo conflictiva, pero cumplió todo lo que hizo siendo menor, cambió, se rehabilitó y encontró la tranquilidad cuando yo le adopté”.
Sociable, divertido, y muy unido a su familia, “sé que algo le ha pasado, que no está vivo, porque él me hubiera dicho algo, me hubiera llamado en todos estos años… Aunque, la verdad es que la esperanza es lo último que se pierde, eso también lo sé”, sueña Maite.
“Ángel era un niño, tenía derechos, los tiene, y los tenemos nosotros. Derecho a saber qué pasó, y que si alguien tiene que pagar, que pague por lo que le hizo a él…“. Tiene, también, un ejército de gente que lo busca. Y una familia que no deja de clamar. “Justicia, justicia, justicia”. El grito no cesa: “Ángel no tiene voz, pero nosotros sí”.