Entre la fantasía y la realidad, los ídolos se cuelan en la infancia. Seres a los que se atribuyen poderes sobrehumanos. Iconos a los que se rinde adoración. En la adolescencia, las pisadas de las figuras idealizadas ya dejan huella en la tierra. Despojados de sus capas de superhéroes, se convierten en personas a las que admirar e imitar. Se calcan sus peinados y sus gestos. Se sorben sus palabras, sus decisiones y sus preferencias. Convertidos en divinidades de carne y hueso, se cuelan en la tramoya moral de la sociedad. Ahí, entre streamers y cantantes, están los futbolistas.
Desde hace semanas, en Alemania se están celebrando manifestaciones contra la ultraderecha. La espoleta fue la revelación de una reunión secreta entre neonazis y miembros del partido ultraderechista Alternativa para Alemania (AfD) para trazar un plan de expulsiones masivas de personas de ascendencia migrante, incluidas personas con ciudadanía alemana que, según su criterio, no se hubieran integrado en el país. AfD es el segundo partido en intención de voto. Ante la noticia, muchos sectores de la sociedad animaron a la movilización. Uno de los más implicados, el del fútbol.
“Es muy importante oponerse a la estupidez y al extremismo de la derecha en cualquier forma. Es bueno que la gente enarbole la bandera y salga a la calle. Si miras hacia otro lado durante demasiado tiempo, mientras las cosas son estúpidas, pueden volverse peligrosas”, afirmó Marco Rose, entrenador del RB Leipzig. También su homólogo en el Friburgo, Christian Streich, alentó: “Quien no se pone en pie ahora, no ha entendido nada. Todos en este país están llamados a adoptar una postura clara en el ámbito familiar, en el trabajo o en cualquier otro lugar”. El técnico del Bayern de Múnich, Thomas Tuchel, también llamó a luchar contra el extremismo de derecha: “teniendo en cuenta el debate y nuestra historia, no puede haber ninguna duda al respecto”. Los choques entre la Bundesliga y la ultraderecha vienen de largo. En el pasado, miembros de AfD ha protagonizado más de un comentario racista sobre la “no alemana” selección del país.
La semana pasada, el futbol español volvió a vivir un episodio racista. “Ese moro hijo de puta es”, clamó parte de la afición del Rayo a Youssef En-Nesyri, jugador marroquí del Sevilla. Como un goteo que no cesa, los insultos racistas siguen manchando nuestros campos de futbol. Frente a otras ligas europeas, con medidas individuales y colectivas más contundentes, en España impera una laxitud preocupante. Cuando no son protocolos confusos son sanciones que no se cumplen.
Mientras el odio campa sin apenas consecuencias, ¿qué dicen los futbolistas blancos? Hay tibiezas que escuecen. Como las exhibidas ante sus compañeros víctimas del racismo, o ante las futbolistas que gritaron #SeAcabó al machismo. Ya sabemos, al negocio le gusta el silencio. El problema es que, si ellos callan, los niños y los adolescentes de este país reciben de sus ídolos -de esos que imitan y admiran- clases magistrales de insolidaridad. O de algo peor.