Doce del mediodía del 7 de diciembre, Lalo, como todos lo llaman, se despide de su hermano José. Este acaba de dejarlo en el B&B Hotel, en la zona del Centro Comercial Kinépolis (Granada). “Mi hermano Lalo llevaba unos días fuera de casa…”, explica Tamara -apodada como Lala-, “y prefería descansar allí antes de volver”. Entró y salió, según recogieron las cámaras. Lalo no se hospedó. “Estoy en peligro, ven a por mí”, le diría a su hermano, a quien llamó de nuevo minutos después de dejarle en el hotel. “Tardó diez minutos en llegar”, explica su hermana a CASO ABIERTO, “pero cuando llegó ya no lo encontró”. Se llama Gonzalo Maya Cortés, tiene 45 años, tres hijas y desde hace dos meses no está.
“No estaba… y no sabemos nada más”. Su teléfono no volvió a encenderse. No ha vuelto a casa. No ha llamado. Nadie sabe dónde esta. Su familia busca sin descanso. “Es horroroso. Es un sinvivir, ¿estará bien? ¿no estará bien? ¿Le habrán hecho… ? ¿Le habrá pasado…?”. Demasiadas preguntas. “Demasiadas”, afirma Tamara, “y todas sin respuesta, que se unen al dolor de no saber…”.
Desconexión
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“El 7 de diciembre dejó el coche aparcado en casa de mi madre, llamó a mi hermano y le dijo que lo llevara al hotel”, apunta Tamara. “A veces lo hacía, desconectaba un par de días, como mucho tres, se agobiaba, se iba…”, explica. El matiz, la diferencia, es que siempre lo hacía con el teléfono encendido, localizable, “Lalo no ha estado desaparecido jamás”. Antes de desaparecer, el hombre llevaba unos días fuera de casa. Necesitaba aire y ese era el plan.
“Llévame….”, pidió Lalo. Llegaron poco antes de las doce al B&B Hotel. “Se despiden, mi otro hermano se va… Y de Lalo, se ve en las cámaras cómo entra y cómo sale. No sé si no lo dejaron hospedarse o es que cambió de opinión“. En la puerta, a los pocos minutos de haberle dejado, “llamó a mi hermano de nuevo y le dijo eso, estoy en peligro, y ya no sabemos más de él”. Sin rastro, sin explicación, sin más. A plena luz del día, en la puerta del hotel, Lalo desapareció.
En el río
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Sin pistas, sin testigos, sin datos, sin señal…”El telefono de Lalo no se encendía”, revive Tamara. La familia, tras dejar un tiempo de margen, decidió ir a la Guardia Civil a denunciar. Hombre, 45 años, mide 1,75 m y pesa 70 kilos. Ojos verdes, complexión normal. Tiene tatuajes en los brazos y en la mano. “Lo último que sabemos es que dijo que estaba en peligro”, explicaron. Los agentes tomaron nota. “Creo que la búsqueda tardó en arrancar”, lamenta su hermana. “La zona donde mi hermano desaparece, las inmediaciones del hotel, todavía no se ha rastreado”.
Aunque durante tres semanas, un batallón de amigos y familiares ha batido sin cese cada rincón. “Hemos pegado carteles, hemos ido haciendo búsquedas. Hemos batido el centro, buscado en todas las calles que iban apareciendo. Hemos mirado el pantano, buscado en el río… por la zona en la que se perdió…”. Nunca han encontrado nada. Ni pistas ni indicios que lleven a él. “Mi hermano llevaba encima su teléfono y su documentación”.
Mil euros por su paradero
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En medio de las batidas, de las búsquedas, llegaron dos pistas. Una en Málaga, otra en Granada. “Sin pensarlo”, recuerda Tamara, “dejamos de buscar donde estábamos y nos fuimos en coche hasta allí”. Hablaban de una panadería, curiosamente, en las dos ubicaciones. Ninguna pista fue certera: “era un chico que se parecía, pero no era él”.
La ausencia de noticias, intensificó la difusión de carteles. En las calles, paredes, farolas… En redes sociales también. “Se puso en contacto con nosotros una persona, un supuesto amigo de él, que iba a ayudarnos y que iba a llamar a no se qué asociación. ‘Mil euros y sabremos dónde está’. Reunimos el dinero”, recuerda Tamara, “lo reunimos entre todos los que salimos a buscar y se lo entregamos…”. Fue un engaño. “Supuestamente era conocido de mi hermano, nosotros no lo conocíamos. Nos estafó y nos amenazó… se llevó el dinero y no aportó nada a la investigación”.
“¿Donde más buscar? No sabemos que más hacer”, lamenta la familia. “Cuando pasó la Navidad, la Guardia Civil arrancó con la toma de declaraciones”. Estas han sumado poco. “Dicen que hay versiones tan contradictorias que no saben por dónde tirar”. Los agentes, explica su hermana, no descartan la marcha voluntaria. Que Lalo se haya marchado.
“Imposible”, apuntan en casa. “Mi hermano tiene tres niñas (de dos, cinco y once años). Además, cuida de mi madre, cuida de mi abuela… es una persona muy familiar. Él no va a dejar a todos abandonados sin decir nada. Nunca se habría ido así”.
“Rencillas”
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“Muy familiar, pendiente siempre de todos”. Presumido: “iba al gimnasio a diario”, muy activo: “en bici a todos los lados”. Amante de la música: “tocaba el piano, el teclado”. Conversador y con curiosidad: “‘Lala, ahora quiero estudiar psicología’, me dijo poco antes de desaparecer”. Desde hace dos meses todos lo buscan, nadie sabe dónde está. En la mente de todos, sus últimas palabras: “Estoy en peligro…”. El teléfono, apagado desde entonces, se antoja clave: “estamos a la espera de que un juez autorice que los agentes puedan acceder al terminal”.
No tenía enemigos, aseguran en casa, “aunque hemos escuchado, después de pasar esto, que tenía alguna rencilla… pero no sabemos exactamente ni con quién ni si es un rumor, si es mentira o verdad”. Lalo no ha vuelto. No está. La preocupación en casa es máxima: “necesitamos ayuda, mi hermano así no se va”.