Al guion posapocalíptico que Israel ha escrito en Gaza –con su destrucción masiva, la matanza indiscriminada de civiles, el uso del hambre y la enfermedad como arma de guerra, el desplazamiento de casi dos millones de personas o la destrucción sistemática de los medios que hacían posible la vida en el enclave– le faltaba un capítulo: el fin del mundo. Y eso es lo que teme ahora la población civil de la Franja, después de que el ministro de Defensa israelí anunciara el jueves que sus tropas se disponen a atacar la localidad sureña de Rafah en cuanto acabe su operación militar “contra Hamás” en Jan Yunis. En Rafah se refugia más de la mitad de la población de Gaza, encajonada ahora entre la frontera egipcia y las tropas israelíes. Eso hace que no les quede aparentemente más escapatoria que una potencial expulsión al Sinaí egipcio, el desenlace ambicionado por parte del Gobierno israelí.
De nada ha servido sobre el terreno el dictamen vinculante de la Corte Internacional de Justicia, que hace una semana ordenó a Israel que tome medidas para proveer ayuda humanitaria a la población de Gaza y prevenga los actos de genocidio. Ni ha aumentado la ayuda ni se ha reducido la sangría de palestinos, que siguen siendo abatidos a centenares cada día. Israel no solo ha ignorado las medidas cautelares del tribunal de la ONU, sino que sus aliados han suspendido las aportaciones a la UNRWA a raíz de las alegaciones de terrorismo contra una docena de sus empleados, a pesar de que el derecho internacional castiga la “complicidad” con el genocidio. El veredicto final tardará años en conocerse, pero los jueces concluyeron que existen indicios plausibles de que se está cometiendo un genocidio. En poco más de cuatro meses, la ofensiva israelí ha dejado 27.000 muertos, la gran mayoría civiles, y 66.000 heridos, según el ministerio de Salud de Gaza.
Rafah, una “olla a presión de desesperación”
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“La Brigada Jan Yunis de Hamás ha sido disuelta. Completaremos la misión y continuaremos en Rafah”, escribió el jueves en las redes sociales el ministro de Defensa israelí, Yoav Gallant. “Seguiremos hasta el final, no hay otra alternativa”. Rafah es hoy un inmenso campo de desplazados, que se hacinan en tiendas de campaña, chabolas o arracimados a la intemperie. De acuerdo con Naciones Unidas, más de un millón de palestinos hambrientos y ateridos se refugian en la localidad, tras haber cumplido las “órdenes de evacuación” de los militares hebreos o ver cómo sus hogares desaparecían triturados por los bombardeos. “Rafah es una olla a presión de desesperación y tememos lo que vendrá a continuación”, ha dicho este viernes el portavoz de la Agencia para Asuntos Humanitarios de la ONU, Jens Laerke.
El funcionario internacional denunció que la ofensiva en curso sobre Jan Yunis, la segunda ciudad de la Franja, se ha intensificado en las inmediaciones de sus hospitales. Lo que ha puesto “en peligro a los trabajadores sanitarios, los heridos y enfermos, así como los miles de desplazados internos que se refugian allí”. Con la hambruna sobrevolando el territorio, UNICEF señaló que en Gaza hay actualmente 17.000 niños palestinos no acompañados, ya sea porque sus padres han sido vapuleados o porque las familias han tenido que separarse en la huida. “Presentan síntomas como extremos niveles de ansiedad persistente o pérdida de apetito. No pueden dormir, tienen estallidos emocionales y les entra el pánico cada vez que oyen una bomba”, ha dicho el jefe de comunicación de UNICEF para los Territorios Ocupados Palestinos, Jonathan Crickx.
Nada de todo esto ha hecho cambiar la postura de Estados Unidos y la Unión Europea, que siguen sin reclamar un alto el fuego definitivo. Y es que los objetivos de Israel para esta guerra siguen lejos. Entre las montañas de cadáveres no hay todavía un solo líder de Hamás y más de un centenar de rehenes israelíes siguen apresados en Gaza.