El presidente de Estados Unidos, Joe Biden, cumple este jueves por la noche son su obligación constitucional de informar al Congreso y ofrece el discurso sobre el estado de la Unión. No se trata formalmente de un acto de campaña pero, a ocho meses de las elecciones presidenciales y con la reedición de su duelo con Donald Trump definitivamente enfilado ya tras el supermartes, es una oportunidad para el demócrata de presentar los argumentos por los que busca la reelección.
Los asesores de Biden llevan desde diciembre trabajando en la intervención, que dará a las 21.00 horas (3 de la madrugada en España). El presidente pasó el fin de semana preparándose en Camp David, ensayando con teleprompters, rodeado por media docenas de asistentes y por el historiador Jon Meacham.
Toda preparación es poca. El año pasado 27 millones siguieron el discurso y eso representa la mayor audiencia que Biden podría esperar hasta la convención en verano y los debates, si los hay, con su rival republicano antes de noviembre.
Es también una oportunidad con riesgos. Esta vez el presidente llega cuando se han intensificado el escrutinio y las dudas sobre sus facultades a los 81 años, con los índices de aprobación bajo mínimos, por detrás de Trump en las encuestas, con signos evidentes de fractura en la coalición demócrata sobre todo por la crisis en Gaza e incapaz de superar la desconexión entre la situación real de la economía y lo que perciben los ciudadanos.
Estos son los retos y propuestas que marcan el discurso.
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Un tropezón al recorrer el pasillo en la sala de plenos, la confusión de nombres, un despiste al abandonar el estrado… Cualquiera de esos momentos plantea un escenario de pesadilla para Biden y sus asesores.
Los 81 años del presidente (cuatro más que Trump) son un elemento que disuade a muchos votantes, incluyendo demócratas. Pero especialmente desde que el fiscal especial de su caso de manejo de documentos clasificados lo describió el mes pasado como un “anciano simpático, bien intencionado con mala memoria”, sus capacidades se han puesto en entredicho y bajo la lupa.
Cualquier metedura de pata sería explotada por los republicanos (que llevan haciéndolo tiempo) y convertida en un momento viral llamado a ensombrecer el contenido del discurso.
Frente a eso, los demócratas prefieren recordar algo que se vivió el año pasado y se diría que casi desean que se repita. La congresista ultra Marjorie Taylor Greene le increpó repetidamente gritando “¡mentira, mentira, mentiroso!” cuando Biden acusó a los republicanos de querer recortar la seguridad social y el programa de sanidad pública para mayores. El mandatario, entonces, se salió del guion y reaccionó rápido y con agudeza.
La ocasión quizá no se vuelva a presentar porque Mike Johnson, presidente de la Cámara Baja, que estará sentado junto a la vicepresidenta Kamala Harris tras Biden, ha implorado a los suyos que mantengan el decoro. Otra cosa es que le vayan a hacer caso.
Los republicanos, además, han buscado su propia manera de subrayar la edad de Biden. Además de un anuncio lanzado por un comité de acción política de apoyo a Trump (que personalmente va a estar comentando el discurso en vivo en su red social), la tradicional respuesta a su discurso la ofrecerá Katie Britt, a los 42 años la senadora más joven.
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Nombrar directamente a quien es su contrincante en las elecciones es meterse en terreno pantanoso y está por ver que Biden lo haga, pero sí que se esperan repetidas advertencias sobre el extremismo del republicano y de los políticos y el movimiento que están aliados con él.
Citándolo o no, Biden puede plantear los contrastes entre sus políticas y propuestas y las del predecesor que busca ser su sucesor. Y puede hacerlo en terrenos que serán centrales en su discurso: desde políticas económicas y fiscales hasta los derechos reproductivos o el respaldo a la OTAN.
Se puede dar por descontado que también abordará la cuestión de la inmigración, que Trump hace central para atacarle, urgiendo de nuevo a pasar legislación bipartidista que se frenó bajo la presión del republicano a los congresistas de su partido, que también tienen en el limbo la ayuda a Ucrania.
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La economía va a tener un papel central en el discurso de Biden, por voluntad y por necesidad. Los logros en sus tres años de mandato son innegables y ha logrado que EEUU evite la recesión y afiance el crecimiento económico sin que el paro se dispare.
Su problema es que la población no percibe los beneficios de lo que él y sus estrategas se empeñan en denominar “bidenomics”, un término que no cuaja. Lejos de pensar en los beneficios de sus inversiones en infraestructuras o energías limpias, lo que sigue dominando entre la población es la frustración con la inflación que se siente en el día a día o con los precios de la vivienda.
Biden, que urgirá al Congreso a aprobar medidas para reducir el coste de medicamentos, jugará una carta de populismo económico, aprovechándola además para enfrentar sus propuestas a las de Trump. Va a abogar por elevar impuestos a grandes empresas y a los más ricos, retratando a su rival como un aliado de las grandes corporaciones y fortunas.
Entre ideas concretas estarán subir al 28% los impuestos corporativos que Trump recortó por ley al 21% en 2017, elevar del 15 a 21% el nuevo impuesto mínimo que él mismo aprobó para grandes empresas, acabar con deducciones fiscales por salarios de empleados que ganan más de un millón al año o minimizar ventajas fiscales por viajes aviones privados.
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“Aborto” no es una palabra que suela salir de la boca del católico Biden, que prefiere habitualmente hablar de derechos reproductivos o del derecho de la mujer a elegir pero la protección de ese derecho volverá a tomar un papel central, en el discurso y en la campaña. Es una cuestión que, especialmente desde que el Tribunal Supremo le derogó en verano de 2022 la protección constitucional, ha sido un gran movilizador en las urnas a favor de los demócratas. Y Biden alertará de la peligrosa deriva en la que han entrado los derechos reproductivos tras aquella decisión, reflejada recientemente en la decisión del Supremo de Alabama de declarar como “personas” a embriones congelados, un ataque a la fecundación in vitro que ha obligado incluso a los republicanos a tratar de distanciarse de la decisión.
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Una de las grandes noticias del discurso se avanzaba horas antes: Biden iba a ordenar a sus fuerzas armadas la construcción de un puerto temporal en Gaza para llevar ayuda humanitaria a la Franja, sumida en una dramática tragedia por la guerra lanzada por Israel en respuesta a los atentados de Hamás.
Es una forma de Biden de mostrar acción concreta en una cuestión con la que, por su apoyo a Israel y su negativa a pedir un alto el fuego, levanta algo más que ampollas en el partido demócrata. Las bases progresistas le urgen a más y en las elecciones primarias ha estado recibiendo significativos votos de castigo en varios estados. Es una causa en la que participan jóvenes y minorías raciales y religiosas, una peligrosa fractura dentro de la coalición que contribuyó a su victoria en 2020 y que dispara las alarmas de Biden y sus estrategas de cara a noviembre.
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Como de costumbre, los invitados que se sentarán en el palco de invitados con la primera dama, Jill Biden, ayudarán a Biden a personificar las cuestiones que aborda en su discurso. Allí estarán, por ejemplo, una mujer de Texas castigada por las leyes antiaborto de ese estado y otra afectada por la normativa sobre la fecundación in vitro en Alabama.
Estarán también líderes y figuras sindicales, un profesor beneficiado del perdón de deuda estudiantil de Biden, una oficial de la marina que lideró operaciones contra los hutíes en el Mar Rojo y el primer ministro de Suecia, desde este mismo jueves miembro de la OTAN.
Igualmente están invitados veteranos del ejército, un líder comunitario que trabaja contra sobredosis de fentanilo, la hermana de una víctima de la matanza de Uvalde que ahora es activista por leyes de control de armas, un líder nativo americano y una figura histórica de la lucha por los derechos civiles.
Los orígenes de esos invitados muestran también la importancia del discurso pensando en noviembre: están representados Wisconsin, Michigan, Pensilvania, Carolina del Norte, Arizona y Georgia, estados bisagra que serán fundamentales en las presidenciales. En dos de ellos, Pensilvania el viernes y Georgia el sábado, Biden tiene organizados actos de campaña.