Hace exactamente 12 años, un tal Sheldon Adelson entraba con su propio coche al Palau de la Generalitat para reunirse con el entonces presidente Artur Mas. Aquel sospechoso personaje fue recibido con todos los honores por un Govern que entonces quería exhibir que era ‘business friendly’ y podíamos ser la Dinamarca del Sur. El esperpéntico y provinciano recibimiento a lo ‘Bienvenido Mr. Marshall’ terminó en un sonoro fiasco, sin que el Govern se enterara de que aquel sobrevenido ‘tío Gilito’ los estaba utilizando para subir el precio de su macroproyecto y dárselo a la comunidad de Madrid. Desde aquel grotesco episodio, hemos tenido tiempo de iniciar y terminar nada más y nada menos que un presunto ‘procés’ de independencia. Entremedio, la realidad paralela de Eurovegas mutó en otro proyecto fantasmagórico llamado BcnWorld, que por supuesto tampoco se materializó, pero sirvió para que aparecería otro multimillonario fantasma en nuestras vidas: esfumado Adelson, apareció un tal Enrique Buñuelos, elevado a salvador en otra penosa comparecencia institucional, hasta que también se evaporó, despareciendo tras un dudoso rastro de operaciones inmobiliarias sospechosas.
Cuando parecía que aquel proyecto para fomentar la ludopatía y destrozar (aún más) el pobre sur de Catalunya había por fin desaparecido de nuestras vidas, volvió a resucitar una vez más, esta vez con el nombre de Hard Rock y bajo esta denominación el monstruo duerme aletargado entre presupuesto y presupuesto. Parece una broma, pero aquel engendro de Adelson ha vuelto a salir de su propio coma inducido para condicionar los presupuestos de la Generalitat 12 años después. Lo curioso es que ni entonces ni ahora hemos visto jamás ni una sola máquina ni se ha levantado una sola piedra, y lo más probable es que no la veamos jamás. Porque el Hard Rock, más que un siniestro macrocomplejo probablemente irrealizable, se ha convertido en un perfecto barómetro político, que sirve sobre todo para entender quien manda en Catalunya en cada momento. En 2012 era la manera que tenía CiU de explicarle al empresariado de entonces que ellos eran los abanderados de un nuevo neoliberalismo, dispuesto a recortar o a edificar casinos, da igual. En 2024 le sirve al PSC para exhibir que ellos son ahora la nueva Convergència y que pueden hacer lo que quieran con el débil gobierno de ERC. A los dos les sirve a la vez para demostrar que son ellos quien tienen ahora la relación preferente con La Caixa y los que dominan el centro del tablero. Mientras Junts juega con la amnistía desde Waterloo, en la Catalunya real PSC y ERC luchan por la nueva hegemonía que un día Convergència tiró por la borda. Es improbable que veamos jamás a ningún millonario de Pensilvania quemar sus ahorros en este casino hortera, del que solo hemos visto una maqueta que produce vergüenza ajena. En cambio, para lo que servirá seguro el Hard Rock es para poner en evidencia que tras 12 años de ‘casinus interruptus’, estamos exactamente en el mismo punto. Como una metáfora perfecta de que todo lo que nos ha pasado durante este tiempo no ha servido absolutamente para nada.