Hay una agricultura que está buscándose la vida desde hace ya tiempo. Y que estos días, en contra del clamor general, no ha participado en las tractoradas del sector agrario. Si no lo ha hecho, no es porque no comparta sus reivindicaciones, sino porque son productores que ya han hecho (o están haciendo) la reconversión que las Administraciones les exigen. Coinciden con aquellos que sí protestan en que la carga burocrática que soportan es excesiva y repetitiva, sufren también los impactos de la sequía y de los fenómenos climáticos cada vez más extremos y están de acuerdo en que la competencia de los productos que llegan de países de fuera de la Unión Europea es desleal e incumple las reglas del juego.
Son payeses que han creado sus propias fórmulas de supervivencia y que están tratando de salirse del modelo convencional, con nuevas formas de cultivo y nuevos sistemas para la distribución de sus productos. Estos son algunos ejemplos de buenas (e innovadoras) prácticas con los que hemos hablado.
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Jordi Ametller parte en dos una alcachofa y, aunque está al aire libre, en pleno parque agrario del Baix Llobregat, un fuerte aroma inunda las papilas olfativas. “Se encuentra en su justo punto, que es como más nos interesa… Esta alcachofa habría podido estar dentro de tres días en casa del consumidor”, explica el productor y empresario, cofundador con su hermano de Ametller Origen. Ha sido el promotor de lo que él define como “un club de 12 agricultores, de distintos tamaños y localizados en distintos puntos del litoral mediterráneo, que cultivan el mismo producto, con la misma semilla, pero que realizan la cosecha en distintos momentos de la temporada”. De este modo, empezando por las fincas situadas más al sur, en Vinaròs (Castellón), hasta el delta del Llobregat pasando por el Baix Ebre y por el Baix Camp, “en una línea de 250 kilómetros”, se consigue una producción de entre 1,5 y 1,8 millones de kilos de esta hortaliza, “que se empieza a recoger el 15 de noviembre y se termina el 15 de mayo”, señala.
“Ser payés se está convirtiendo, cada vez más, en un deporte de equipo, porque en las condiciones actuales ya no da para jugar solo el partido”, reflexiona el cofundador, junto a su hermano Josep. A diferencia de las organizaciones de productores de frutas y hortalizas (OPFH), un modelo de agrupación de productores regulado por el Ministerio de Agricultura, en este proyecto, bautizado como Carxofans, existe un único comprador del producto: el propio Ametller Origen, que suma a las que recoge en los campos de su propiedad, las alcachofas que le proporcionan el resto de socios de este club. “De este modo, nosotros nos garantizamos un volumen estable de producto, algo que es imprescindible para nuestro negocio como distribuidores, y los payeses que participan en la iniciativa tienen un canal de venta asegurado, algo que también les da a ellos estabilidad”, cuenta.
Jordi, el alma agraria de Ametller, entiende las protestas que estos días están llevando a cabo los agricultores españoles. “Las leyes que se están haciendo están demasiado lejos del campo”, afirma, antes de apuntar que “si al sector productor se le convence, seguro que encuentra su colaboración”.
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En la parada que tiene Jesús Pellicer en el gran mercado de mayoristas de Mercabarna lucen unas hermosas coles y unos espléndidos manojos de calçots, cultivados todos ellos en su explotación de El Papiol (Baix Llobregat). Pellicer es el presidente de la Associació de Pagesos de Mercabarna, una organización con una veintena de asociados, que vende directamente sus productos de temporada y de proximidad dentro de las instalaciones del mayor mercado de frutas y verduras de Europa. “Nuestro modelo, el de la venta directa, funciona desde hace poco más de un año, pero en este tiempo ya nos hemos dado cuenta de la necesidad de crear una marca propia“, cuenta. Con esa marca, que esperan poner en marcha a lo largo de este año, prosigue Pellicer, “la gente podrá identificar que si compra alguno de los productos de la asociación está comprando proximidad”.
Otra de las iniciativas que quieren poner en marcha es “una planta para la fabricación de envases de calidad que estaría aquí, en Mercabarna”. La idea es hacer cajas de madera que se pondrán a disposición de los productores a precio de coste, en un proyecto que ya cuenta con el apoyo de la Fundación Daniel y Nina Carasso. “El embalaje supone un esfuerzo importante para los pequeños agricultores como nosotros, pero es un elemento clave en cualquier estrategia comercial”, reflexiona Pellicer, que comparte las críticas a la competencia desleal de los productos extracomunitarios que hacen los payeses de las tractoradas. “Las reglas del juego deberían ser las mismas para todos: no pueden tratar de ayudar a países en desarrollo haciendo que otros nos arruinemos”, lamenta.
“Vivimos en una sociedad que aboca a comprar en grandes superficies como Mercadona, porque es más cómodo y porque tienen precios más competitivos, pero es importante que al menos el cliente esté informado y sepa qué compra”, indica el horticultor. Ellos, los productores que venden directamente en Mercabarna, suelen tener como clientes a fruterías y verdulerías de barrio o a cocineros de restaurantes más o menos grandes. “Ambos son nuestros mejores prescriptores, los que mejor explican al consumidor final el valor de nuestros productos”, señala.
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No ha sido fácil (todavía no lo está siendo), pero Marta Valls y Josep González están ya embarcados en un proyecto que aspiran se convierta en su forma de vida. Ninguno de los dos viene de payés, pero habían dedicado algunos veranos, tiempo atrás, a trabajar en la cosecha de fruta. “Yo sentía que esto me gustaba, que de algún modo quería dedicarme a ello, pero me formé como auxiliar de enfermería y he estado ocho años trabajando en mil y una cosas, hasta que finalmente me he decidido”, explica él. Valls y González se han hecho cargo de 15 hectáreas de tierras en Hostalets de Pierola (Anoia), que cultivan ellos mismos y que llevan idea de ampliar. Tienen 30 años y son el relevo generacional de un agricultor, Joan Raventós, que se jubila y les ha traspasado el contrato de aparcería que él tenía.
“Tenemos olivar y distintas especies de frutales, desde almendros, melocotoneros, cerezos y albaricoqueros hasta nísperos, ciruelos e higueras, pero estos últimos en menor cantidad”, cuenta ella, que estudió Periodismo y trabajó en distintos medios antes de dar el paso hacia la actividad agraria. Ambos han pasado el último año y medio trabajando, y aprendiendo, de Raventós y ahora están ya listos para constituirse en una cooperativa de trabajadores. Todo lo que producen es ecológico y lo venden a pequeñas cooperativas de la zona, que son las que distribuyen su fruta, “prácticamenbte sin intermediarios”, subraya Valls.
En todo caso, coinciden en destacar ambos, “esta no es una decisión sencilla, son muchas horas de trabajo y, la verdad, de vez en cuando hay crisis existenciales que te lo hacen replantear todo”, reflexiona González. “Además, la Administración no lo pone fácil… Las condiciones para que los jóvenes nos incorporemos al campo son muy exigentes y entendemos que haya protestas por el papeleo excesivo“, agrega ella. De hecho, confiesan, “ahora mismo no nos da para vivir de esto y cada uno mantenemos pequeños trabajos extra fuera de esto para poder llegar a fin de mes”.
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“Somos más agricultores recién llegados que productores veteranos que han hecho la transformación”, comenta Josep Mestres, que después de unos años trabajando como ingeniero técnico agrícola, principalmente en cuestiones forestales, en 2008 decidió poner en cultivo unas tierras familiares en Benifallet (Baix Ebre). Eran 15 hectáreas de tierra de huerta, en las que él inició una producción ecológica. “Tenemos unas 40 variedades de productos de huerta y una quincena de fruta”, indica Mestres, que pertenece a la cooperativa Hortec, donde están agrupados una treintena de socios que cultivan producto ecológico certificado. Estos días, por ejemplo, su finca está cubierta de lechugas de distintas variedades y de coles kale, entre cuyas líneas hay flores plantadas, “para que atraigan a insectos y estos actúen de forma natural contra posibles plagas”.
La producción ecológica en Catalunya está haciendo desde hace ya un tiempo los deberes que le han puesto la Agenda 2030 de la ONU y la Unión Europea. Ocupa un 23% de la superficie agraria catalana. “El crecimiento más fuerte en los últimos años ha sido en la viña, y en menor medida, en el olivar… Pero en huerta, por ejemplo, hace muchos años que no crece el número de hectáreas cultivadas de modo ecológico”, precisa el productor. Es un sector que ocupa proporcionalmente a más mano de obra que la agricultura convencional y que produce alimentos, “que crecen a su ritmo“, con más vitaminas y nutrientes. “Además, en estos momentos, los precios para el consumidor no son tan elevados ya como lo eran hace unos años, ya que los productos ecológicos no se han visto tan afectados por la inflación”, apostilla Mestres.
Los agricultores ecológicos, que comparten con los convencionales algunas demandas como la de la excesiva burocratización del sistema, están librando ahora una batalla particular. “La Generalitat quiere crear una etiqueta para la agricultura sostenible y eso es un ataque directo al sello ecológico”, afirma el productor. “Un alimento puede ser sostenible habiéndose cultivado con productos químicos autorizados”, avisa Mestres. “Para explicárselo a los consumidores sería como comparar un producto hecho en una fábrica con otro de artesanía”, concluye.