Esto en realidad no iba de dinero, por mucho que falte. Ni siquiera de prestigio, por lejana que quede la Champions de Berlín en 2015. Esto iba de matar un trauma en esa Europa donde era incapaz de mantenerse en pie. Y también de perder por fin el miedo. El Barça, que ha encontrado en La Masia el remedio a cuatro años de desventuras, logró dejar al Nápoles en la cuneta para regresar a unos cuartos de final de la Liga de Campeones. Sea cual sea el final, Xavi Hernández ya sabe que, con Pau Cubarsí, Lamine Yamal y Fermín, capitales en este tiempo, deja un legado.
[–>La puerta trasera del estadio Olímpico fue durante unos minutos la entrada del mismísimo infierno. Por allí había pasado el autocar del Barça entre bengalas, vítores y esa sensación de que se cocinaba algo especial. Se intuía un aroma postapocalíptico. No tanto por las decenas de latas de cerveza retorcidas o las botellas de Ballentine’s que quedaron huérfanas en el suelo, sino por el olor a azufre. Una escenografía propia de las grandes noches europeas, aunque fuera para afrontar la vuelta de unos octavos de final. Y frente al Nápoles (1-1 en la ida). Ahí la contradicción.
Valiente y coherente
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La alineación de Xavi Hernández fue valiente y coherente, por mucho que también desvelara las profundas grietas de un equipo con sólo dos centrocampistas al uso –el veterano Gündogan y el jovencito Fermín–, y que salió a jugarse la vida con dos menores de edad en el once titular. La meritocracia, en cualquier caso, debía avalar la presencia tanto de Lamine Yamal (16 años) como de Pau Cubarsí (17), ahora indispensables, mientras fichajes de esta temporada como João Félix, Iñigo Martínez o Vitor Roque se quedaban en el banco. La propaganda de poco sirve cuando te juegas el pescuezo.
La irreverencia de sus adolescentes llevó al Barça a protagonizar 17 minutos de ensueño. Fue una oda a La Masia, lugar donde el club siempre debería buscar las respuestas, no sólo en los momentos en que todo parece irse a la porra. Entre Cubarsí, empeñado en homenajear a Koeman con sus pases de océano a océano, Fermín, un demonio de pelo rubio que no se deja intimidar por los reproches de Lewandowski, y Lamine Yamal, cuyo fútbol es un plano secuencia sin fin, amargaron al Nápoles en un abrir y cerrar de ojos.
Porque el 1-0 nació en la mente viva y el pie delicado de Cubarsí, que fue quien encontró la superioridad en salida. Cancelo continuó, Raphinha, magnífico esta vez, supo frenar y asistir, y Lewandowski dejó pasar para burlar a los centrales. En el punto de penalti esperaba Fermín, que después de marcar a placer echó los dedos hacia la espalda para señalar su nombre. Porque en este Barça sin Pedri, Gavi ni De Jong, la buenaventura pasa por su nombre en el corazón del equipo.
Pero, por supuesto, por el de Lamine Yamal, cuyo autopase ante Lobotka fue el preámbulo del 2-0. Raphinha había vuelto a aparecer, esta vez para hacer golpear el balón en el palo. Aunque Cancelo supo estar al quite para remachar y subirse inmediatamente después a la valla.
Demonios
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La rápida ventaja, sin embargo, no sentó bien al Barça, que se reencontró un buen rato con algunos de esos demonios que suelen acecharle en noches europeas. Así que ese Nápoles de Francesco Calzona que, como en el Stadio Diego Maradona, tardó lo suyo en despertar, fue creciendo. A la media hora ya había recortado distancias el central Rrahmani después de que Gündogan se desentendiera de él; y, al borde del descanso, Ter Stegen tuvo que sacar la mano para negar a Di Lorenzo un empate que Kvaratskhelia, abrumado ante Koundé en toda la eliminatoria, también husmeó iniciado el segundo acto. La inquietud quedó anestesiada después de que el árbitro y el VAR se desentendieran de un pisotón de Cubarsí a Osimhen en el área.
Xavi supo cómo reaccionar. A media hora del final rescató de la indiferencia a Oriol Romeu y, sobre todo, a Sergi Roberto, quizá el futbolista que mejor interpreta los sueños. Fue el capitán el que recibió de Gündogan para brindar a Lewandowski la sentencia cuando la noche ya se desmayaba.
Los futbolistas del Barça corrieron como locos a abrazarse, sin saber muy bien qué hacer ante una alegría tan poco rutinaria. Quién sabe hasta dónde pueden llegar. Ahora ya no hay miedo.