Recurre el Barça al pasado para intentar sobrevivir al presente. Quizá no le quede otra.
Cuando Robert Lewandowski, disfrazado de sí mismo, convirtió un control en un regate, un disparo en un orgasmo y dos extravagantes ‘paradinhas’ en un milagro, a Xavi Hernández se le puso cara de haber visto a la Virgen. Vencieron los azulgrana en Balaídos con dos goles del polaco, uno al borde del descanso, y otro, tras repetirse un absurdo penalti de Fran Beltrán a Lamine Yamal, ya en el 97. El equipo se agarró a la cornisa en la antesala del regreso a la Champions en Nápoles. Pero continúa con los pies colgando.
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Algunos de los males que acechan al club parten de declaraciones como la que hizo Deco sobre el césped de Balaídos: «El modelo del Barça es jugar bien». Claro. Que el presunto ideólogo deportivo ventilara la razón de ser del equipo como quien aguarda a que llueva mirando al sol sobrepasa el mal gusto. Más aún el día en que se cumplían 50 años del 0-5 del Barcelona de Cruyff en el Bernabéu, cuando las rebeliones se ejecutaban lejos de las bandejas de canapés.
El partido del Barça frente al Celta sobrepasó otra vez el despropósito. Es tan lento el juego, tan previsible, tan indigesto, tan mediocre, que atender a los partidos sólo puede responder a un acto de fe. O de masoquismo.
Incomprensión
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No hay manera de entender nada de lo que ocurre en el Barça de Xavi, quien, incapaz de argumentar en su púlpito mediático por qué la gangrena en el juego sigue adelante, por qué sus futbolistas retozan en el error, emplea sus minutos frente al micrófono para decir que él regala dinero al club. Por amor. Debe ser de los que piensa que el amor se compra con dinero, y no con el respeto. Amor de compra y venta, que cantaban Los Chichos al borde del colapso.
Pongámonos a hablar del juego. Los centrocampistas del Barça, otrora tipos fiables y necesarios para comprender de qué iba todo, son ahora una serie de futbolistas que juegan de espaldas al horizonte. Y mirando a Christensen, que sabe barrer pero no pintar. Pedri pierde un sinfín de balones mientras intenta quitarse el miedo a una nueva lesión y se pregunta a quién debería pasarle el marrón. Demasiadas cosas. Y De Jong, atribulado, ha creído a pies juntillas que su lugar no puede ser éste para satisfacción de su directiva, que podrá venderlo y coser algún agujero sin que nadie rechiste.
Titularidad de Vitor Roque
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Sin capacidad alguna de construcción y con el equipo del todo partido, el resto de líneas quedan expuestas a sus miserias. En el frente ofensivo, Vitor Roque, en su primera titularidad, debió sorprenderse por jugar junto a Lewandowski. Ambos se estorbaron bastante. Y el brasileño incluso recibió una mirada intimidatoria por parte del polaco después de controlar una pelota con muy mala traza. Lamine Yamal, siempre un oasis, sólo debía preguntarse por qué sus compañeros volcaban el juego en las acometidas de Cancelo en la orilla contraria. Flanco por el que Mingueza –sí, Mingueza– corrió a sus anchas como si fuera un extremo de clase mundial. Suerte de Cubarsí, que hizo lo que pudo jugando, primero, como central zurdo, y en el segundo tiempo en el perfil diestro –Araujo tuvo que dejar el campo por precaución, ocupando su puesto Iñigo Martínez–.
En el minuto 45 los de Xavi tiraron por segunda vez a puerta, momento en que Lewandowski pudo dar sentido a la insistencia solitaria de Lamine Yamal.
Por supuesto, aquello no tuvo continuidad. Justo cuando amanecía el segundo acto, incapaz Cancelo de perseguir a Mingueza, el Celta vio claro que empataría de un soplido. Mingueza incluso se dio el gustazo de ofrecer a Iago Aspas la pelota mediante un taconazo en la frontal del área. Aspas, eterno azote, no remató bien con la zurda. Poco importó porque Koundé, que nada corrige, también lo empeora. Puso el pie el francés, y Ter Stegen ni se movió en el 1-1.
Xavi volvió a agitar el vaso, aunque los cubitos llevaran horas derretidos. Gündogan y Raphinha, que salieron para reactivar al equipo, poco pudieron hacer. Pecó el Celta de Rafa Benítez de falta de ambición ante un rival hecho un flán cada vez que los celestes pasaban del centro del campo. Pero, cuando no podía haber más destino que el empate, Lamine Yamal fue en busca de una pelota que Fran Beltrán trató de despejar al bulto. El penalti fue absurdo, pero claro. Y el esperpento tuvo continuidad cuando Guaita tuvo que lamentar que su parada a Lewandowski no podía ser válida con ambos pies separados de la línea de gol. En la repetición de la pena máxima, y con el polaco convencido de que detenerse seguía siendo una buena idea, ya no hubo remedio. Lewandowski se había salido con la suya.
El Barça de Xavi se parece cada vez más al escritor postrado en cama ajena a merced de su desequilibrada admiradora en la Misery de Stephen King. “En un libro, todo habría salido de acuerdo con el plan. Pero la vida es tan jodidamente desordenada”.