La noche electoral de su primer gran triunfo, Ana Pontón se fue a un rincón del restaurante santiagués donde el BNG vivió esa jornada para darle el pecho a su hija Icía, nacida a comienzos de ese 2020. Ilustraba un rasgo del carácter de quien ya puede ser catalogada como una referencia histórica para el nacionalismo gallego tras romper con 25 escaños el récord de 19 conseguido precisamente hace cuatro años. Era celosa de su intimidad, sin ganas de exponer más de lo necesario. Sin embargo, en esta campaña, jaleada en las redes por fieles del Bloque pero también por los votantes de izquierda que han encontrado en ella un referente, no solo abrió la gira para pedir el voto en su casa familiar, con su madre a su derecha y su padre a su izquierda, sino que protagonizó un vídeo con este y con su hija paseando por el monte, apelando a la emotividad de un 18-F al que llegaba lanzada en las encuestas.
Hasta su ascenso a la cima del BNG en 2016, cuando asumió la Portavocía Nacional, la carrera política de Pontón se ajustó a los cánones ortodoxos de una organización poco flexible y guiada por la Unión do Povo Galego (UPG), la fuerza hegemónica en el frente de partidos que hasta la quiebra de Amio era el Bloque. Desde entonces, no existen fuerzas con peso relevante al margen de la U. Sin embargo, una vez asumido el timón, Pontón se ha caracterizado por ofrecer un giro heterodoxo en el Bloque, un relevo generacional, con mayor protagonismo de las mujeres y un cambio discursivo en el fondo y las formas, evidenciando las lecciones aprendidas de la nueva política de izquierda durante la década pasada. En lugar de tantas citas a Castelao y a la independencia, Pontón habla de sanidad, servicios sociales y las cosas del comer, ofreciendo una versión adaptada a los nuevos tiempos, donde importa menos el dogmatismo y la pureza ideológica que los objetivos.
El carácter de la dirigente se forjó en una aldea de menos de 400 habitantes, de la que salió hacia Sarria para estudiar BUP y luego COU, el equivalente al actual Bachillerato. Allí, algunos familiares comenzaron a decirle que el castellano les parecía más bonito que el gallego, idiomas que combinaba. Luego sucedió algo que la hizo decantarse por la lengua propia. “Me pasó con una compañera en segundo de BUP, con 15 años, que me dijo ‘a mí háblame bien, háblame en castellano’. Hasta ese momento alternaba entre gallego y castellano; desde ese día decidí hablar todo en gallego”, explica ella en la biografía Descubrindo Ana Pontón, elaborada por el escritor y militante del BNG Suso de Toro.
Allí, en Sarria, también acudió a su primer mitin, protagonizado por el histórico Xosé Manuel Beiras, que en 1997 lograría 18 escaños situando al BNG como segunda fuerza política en Galicia. Solo se repetiría en 2020 y en 2024, en ambos casos con mejores resultados y con Pontón como líder indiscutible.
Los años 90 marcaron a una política que en 1997 coincidió en un festival de la juventud en Cuba con otros tres jóvenes cachorros nacionalistas llamados a asumir el relevo de los Beiras, Paco Rodríguez y compañía. Eran Carlos Callón, Rubén Cela y Martiño Noriega.
Callón acabó presidiendo la Mesa pola Normalización Lingüística, Cela fue candidato del BNG en Santiago y es el director de las últimas campañas del BNG y Noriega fue el que siguió a Beiras cuando en 2012 rompió con el BNG y fundaron Encontro Irmandiño, primero, y Anova, después, antes de idear la alianza con Esquerda Unida en AGE, germen de las mareas y Podemos. De hecho, si algo simbólico se ha producido en la pasada campaña, es precisamente la reconciliación de Beiras y Noriega con el BNG, de nuevo “la casa común del nacionalismo”.
A finales de los 90, Pontón se integró en Galiza Nova, la organización juvenil del BNG. Comenzaba a darse a conocer en los ambientes estudiantiles, donde alguna persona que coincidió con ella destaca su discurso dogmático, casi robótico, calcando el ideario de la U; es una paradoja que casi dos décadas después haya sido ella la que haya actualizado y renovado no solo el mensaje, sino la forma de transmitirlo del Bloque.
Licenciada en Ciencias Políticas por la Universidad de Santiago, le gustan el vino blanco, las películas de Filmin y la música de Guadi Galego o las Tanxugueiras, con una de las cuales coincidió tocando la pandereta. De hecho, formó parte del grupo Dirindainas, del que existen algunas actuaciones en Youtube.
En 2004 accedió al Parlamento gallego por primera vez con 26 años, sustituyendo a una histórica como Pilar García Negro, estrenándose con una intervención sobre empleo juvenil. Y ahí sigue.
Ella se toma su puesto precisamente con profesionalidad y dedicación, la misma que le ha impedido ver desde el inicio de campaña a su hija tanto como le gustaría, aunque asegura no perdonar siete horas al menos de sueño.
En 2016, cuatro años después de la escisión de Amio que partió al BNG y tras el descenso electoral a 7 diputados respecto a los 12 de 2009 (entonces perdieron uno que causó la caída del bipartito), asumió la Portavocía Nacional de la organización. Eran tiempos duros para la que ya no era “casa común del nacionalismo”. Aplicaron un ERE para despedir trabajadores y esquivaron la catástrofe de perder el grupo propio.
La formación languidecía mientras los irmandiños de Beiras triunfaban con la “nueva izquierda” y las mareas, un capítulo que pronto derivó en fracaso. Pontón, a la que los recelosos le afeaban falta de cintura política y un discurso predecible, consiguió salvar los muebles y el Bloque logró 6 actas hace ocho años.
Ahí comenzó a fraguarse el éxito de 2020, cuando con ella logró el entonces mejor resultado histórico del nacionalismo, con 19 diputados, barriendo a los restos de las mareas y al PSdeG. Un giro discursivo, una campaña emocional y el apoyo sin fisuras de la organización marcaron aquel momento. “El carisma de Beiras era, sobre todo, externo; el de Ana Pontón también es interno”, apuntaba Xosé Ramón Quintana Garrido, historiador que recibió el premio Ramón Piñeiro de Ensayo por su obra Un longo e tortuoso camino. Adaptación, crise e cambio do BNG 1971-2009.
Se pasó de los coroneles de la UPG, a las jefas, nuevas diputadas como Olalla Rodil o Noa Presas que seguían la estela de Pontón en la forma de comunicar y en un mensaje centrado en las demandas sociales y económicas para mejorar la vida de las personas y no para hallar el parnaso de una Galiza livre, un objetivo tampoco desdeñado.
La campaña de este año ha continuado esa senda, con una Pontón, apelando a la emoción con sus padres en el acto de apertura de campaña, con vídeos bailando al son de la Banda da Loba e incluso con respuestas en forma de humor, parodiando al PP. Hasta su forma de vestir ha variado, emulando el paso de la protesta de la oposición al perfil institucional dado por Yolanda Díaz cuando alcanzó el Ministerio de Trabajo.
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Porque Pontón no se ha equivocado de enemigo y se ha centrado en Alfonso Rueda como némesis para representar que ella es la alternativa. “Cuando sea presidenta…” repitió como un mantra en el único debate electoral a varias bandas de la campaña, del que salió impulsada como clara líder del proyecto de izquierdas, gracias a su experiencia parlamentaria y a las clases de oratoria recibidas durante los últimos años y que también repitió el fin de semana de preparación de ese duelo.
El BNG contuvo la respiración cuando en 2021 anunció un “tiempo de reflexión” para decidir si continuaba al frente de una nave nacionalista que marcha a toda vela. Solo le ha faltado coronar la obra porque nunca se sabe si tendrá otra oportunidad como esta. Aun así, heredera de grandes figuras del nacionalismo, el nombre de Ana Pontón ya figura en los libros de historia de Galicia.