ALWAYS THE SAME DAY NETFLIX| The great plan for the rest of your life

“What plans do you have for when you’re 40? How do you see yourself?” The questions are thrown by Emma, ​​the protagonist of the sweet Netflix series ‘Always the Same Day’, to a boy she just met at a university party. They are both very young and forty seems like the climb to K2, although it is clear that, from the grace that Emma gives on a first ascent of Arthur’s Seat, the mountain that rises next to Edinburgh, she has an advantage over her partner: The lack of projects for Dexter, the male protagonist, throws her off. Her mother also pushes him to make decisions about her life purpose. I tell this story as I might tell a school memory etched in my memory. One day in class the tutor asked us very seriously to think about the meaning we wanted to give to our lives. We all live it like a riddle. Not something that would expire in a decade, or when we turned forty. Something lasting over time. An eternal wardrobe item or at least one that we could mend, which connects a lot with the philosophy that the couturier Roberto Verino exudes when asked about the circular economy and answers “What better sustainability than garments that last in your closet?”

The crisis of the forties, or the crisis of the fifties, can be understood as that exhaustion of a poorly planned purpose, or as a system error to a life plan that has not had maintenance or updates, where we have paid more attention to the ‘ software’ than ‘hardware’.

Lo que no veíamos venir es que la mejora de la calidad de vida también la extendería hasta límites inesperados, un regalo de tiempo en una época en que la lucha por la atención ha convertido los minutos y horas en oro líquido. La vida a partir de los sesenta puede ser una nueva edad cargada de posibilidades si la salud y cierto bienestar económico acompañan, para eso también se han de hacer planes antes, y aquello de ¿qué planes tienes para cuando tengas 60 años?, un remedo de qué harás cuando te jubiles, va camino de alimentar un nuevo reto, la vida activa a partir de los ochenta. 

Que los divorcios se disparen en torno a los cincuenta y sesenta años es solo una consecuencia de esta evolución social, y es que lo que se ve por delante es otra etapa que recuerda más a la adolescencia que al viejo concepto de la tercera edad. Puedes dar rienda suelta a algunos sueños aparcados, disfrutar de amigos y familia y sobre todo del tiempo: uno tiene más revisiones médicas y achaques limitantes, sí, pero vuelve a disfrutar del ahora, del momento, como cuando era un joven inconsciente de lo que se veía encima y solo importaba el presente. Una de las novelas revelación del año, ‘Green Dot’, de Madeleine Gray, plantea la agridulce historia de una veinteañera que ya se siente vieja para muchas cosas: arrollada por la idea de un futuro abierto, va abriéndose camino en el trabajo y la vida a trompicones, con la idea del gran plan para el resto de su vida como una zanahoria que cuelga ante ella y con sus buenísimos ratos entre crisis y crisis. Esa historia podría ser la de otra mujer cincuenta años mayor, con sus inseguridades más controladas. La vida autónoma es esencial para ese estado, y no solo depende de la genética y de la responsabilidad personal con la salud: las ciudades y gobiernos, la sociedad en general, debe esforzarse aún más en crear entornos amables con esta creciente generación que requiere servicios y ocio, movilidad y atención.

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