Puigdemont es imprevisible. Lo fue cuando dio marcha atrás y no convocó elecciones después del 1-O. También cuando, después de la declaración de independencia, apareció súbitamente en Bruselas. Tratar de esclarecer su hoja de ruta es un deporte de riesgo. Más de un socialista se llevó las manos a la cabeza cuando Pedro Sánchez se aventuró a formar gobierno con su apoyo. No parece un sillar sólido para elevar ningún proyecto. Demasiado cambio de opinión -no siempre ajustado a la lógica ni a la lealtad-, una sólida experiencia en dilapidar puentes -véase la salida del Govern- y una empedernida querencia por elegir la vía más favorable a sus intereses particulares. Siempre por Catalunya, por supuesto. ¿Y esto qué significa? Pues, básicamente, cualquier opción que desgaste a ERC. De la sanidad, la educación o los precios de la vivienda ya se encargarán los tristes que están por tejer soluciones.
No, no es fácil predecir cuáles serán los siguientes pasos de Puigdemont. La primera incógnita es el apoyo de Junts a la ley de amnistía. Una parte del enigma ya lo ha resuelto el Tribunal Supremo con la rocambolesca -en el sentido estricto de la palabra: “extraordinaria, exagerada o inverosímil”- causa penal a Puigdemont por terrorismo en el caso Tsunami. Que en ese mismo saco haya caído el diputado Rubén Wagensberg (ERC) invita a utilizar otro calificativo: ¿escandaloso? ¿desatinado? ¿intragable? Con la inestimable contribución del alto tribunal, ya sabemos que Puigdemont difícilmente va a encontrar acomodo en la amnistía. A pesar de ello, parece ser que el acuerdo con el PSOE está prácticamente cerrado. Dejar en la intemperie a cientos de personas sería, como mínimo, impopular.
Pero la ley de amnistía es solo un paso, el gran misterio es si Junts va a acompañar a Pedro Sánchez en esta procelosa legislatura. Repasando el currículo de Puigdemont -veleidad, deserción e interés propio- la apuesta por el abandono parece sumar probabilidades. Por su nuevo escenario judicial, pero también por el suelo que pisa Sánchez. Unas tablas cada vez más endebles y mal encajadas. ¿Qué puede ofrecerle el PSOE? Siendo realistas, más bien poco. Las defensas de Sánchez van cayendo una a una y la irrupción del caballo de Koldo -perdón, Troya- aún ha debilitado más la fortaleza.
Puigdemont parece haberse convertido en una obsesión para la judicatura, un símbolo de lo que los jueces interpretan como una burla, un ataque a su autoridad y ejemplaridad. Llevarle a juicio -y condenarle- es un trofeo imprescindible para afianzar su poder. ¿Hay alguien capaz de frenar esta obstinación? Por supuesto, el PP. El que tiñe de azul el mapa autonómico, el que domina los altavoces mediáticos y el que, ya sabemos, ha hecho acercamientos a Junts. ¿Por qué elegir el escudo con fisuras del PSOE cuando Puigdemont podría arrimarse a quien guarda el manto protector? Un indulto a tiempo, quizá después de unos meses (pocos) de cárcel para el martirologio, y aquí paz y después gloria. Es decir, de nuevo las derechas al poder.