Como un huevo a una castaña. O como la noche y el día. Quién haya visitado la ciudad de Zaporiyia, capital de la región homónima de Ucrania a orillas del río Dniéper, antes y después de la voladura de la presa de Nova Kajovka, situada 150 kilómetros corriente abajo, distingue irremediablemente una disimilitud radical. En lugar de un enorme lago de enormes proporciones y aguas tranquilas, se identifica un agitado curso fluvial de escasa profundidad, salpicado de rocas y cuyo fondo hasta es posible vislumbrar desde la distancia. La acción violenta contra la infraestructura, llevada a cabo, con casi total seguridad por las tropas ocupantes rusas en la primavera pasada con el objetivo de inundar las áreas adyacentes a sus líneas de defensa e impedir el avance de las tropas ucranianas durante la inminente contraofensiva del verano, ha devuelto al caudal su convulso aspecto original antes de que el desarrollismo soviético de los años 50 lo modificara radicalmente. Una circunstancia que, según los expertos en ecología del país eslavo, constituye un desafío medioambiental, pero también una oportunidad para hacer las cosas de acuerdo con criterios modernos, restaurando de paso el dañado ecosistema de la región.
“El seis de junio, a las seis de la mañana, constatamos súbitamente un descenso de entre 10 y 12 centímetros en el nivel de las aguas”, relata a EL PERIÓDICO, Mijailo Mulenko, funcionario del Ministerio de Cultura y responsable de preservación natural en la reserva natural de Jórtitsa, una isla fluvial de 20 kilómetros de longitud situada frente a la misma Zaporiyia, repleta de prados, pinos madereros y estepas, y frecuentada durante los fines de semana por los habitantes de la gran ciudad. Enseguida, el descenso fue a más hasta alcanzar los cuatro o cinco metros, lo que, en un enorme embalse que almacenaba 18 kilómetros cúbicos de agua, equivale a la pérdida de una gigantesca masa de agua. Río abajo, las playas fluviales que hacían las delicias de los lugareños en época estival se han visto ampliadas en varios metros, ofreciendo un aspecto sucio y desolador, repleto de barro, y escasamente apetecible para el baño.
Problemas y oportunidades
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“Lo sucedido genera graves problemas ecológicos, pero también constituye una oportunidad para hacer las cosas con criterios actuales de respeto al medio ambiente”, destaca Mulenko. Entre los retos que se presentan, destaca sobre todo la posible contaminación de la atmósfera debido a los pesticidas acumulados durante décadas en el fondo fluvial que ahora están expuestos a la intemperie con el descenso de las aguas en los márgenes del río. Asimismo, se prevé que mueran –o que hayan fallecido ya– una gran cantidad de peces autóctonos, puede que hasta 95.000 toneladas métricas, según cálculos del Ministerio de Agricultura, atrapados en las arenas y en los charcos generados por el bajo nivel de la corriente. Las imágenes en los días posteriores al atentado de peces ahogándose en la ribera del Dniéper próxima a la localidad de Marianske, en la orilla norte del embalse, han dado la vuelta al mundo y han ejemplificado uno de los dramas provocados por la voladura de la presa.
Las zonas inundadas en el cauce inferior del río también han sufrido un grave deterioro ecológico. Las aguas liberadas portaban una gran cantidad de lubricante industrial, alrededor de 150 toneladas que, según la publicación especializada Earth.org, “presenta un problema para los ecosistemas acuáticos”, además de generar “preocupaciones acerca de las consecuencias a largo plazo para la biodiversidad de la región y la calidad del agua“.
Hasta aquí, el capítulo de las desventajas. Porque la recuperación progresiva del hábitat natural del río Dniéper también está propiciando que “zonas donde las aguas han remitido, se cubran con flora autóctona de Ucrania”, constata Mulenko, no solo en el parque nacional de la isla de Jórtitsa, sino también en el curso bajo de la corriente. También –continúa– están emergiendo restos arqueológicos de las civilizaciones que habitaron Ucrania “en los siglos 6 y 7 antes de Cristo” y que la inundación de la zona a mediados del siglo pasado bajo el régimen de Josif Stalin ocultó para siempre.
Nadie sabe cuándo terminará la guerra, ni cuándo el Gobierno de Kiev podrá emprender la reconstrucción del país, incluyendo la presa destruida. El funcionario Mulenko aprovecha la ocasión para demandar a las autoridades de su país que eviten el gigantismo de la era soviética y se concentren en reconstruir una instalación mucho más pequeña, que genere un embalse entre cuatro y cinco veces menor, concretamente de cuatro kilómetros cúbicos de agua, que garantizaría la navegación fluvial “más ecológica que el transporte terrestre” y las ventajas medioambientales observadas hasta la fecha. “No es necesario un embalse tan grande; el agua de la presa antes iba a localidades como Taganrog, en Rusia, o Crimea; ahora eso ya no va a ser así”, enfatiza, para justificar el replanteamiento de todo el proyecto.