Sin aliento y tiritando. Así cerró la noche el Barcelona en el Stadio Diego Armando Maradona, donde se vistió de gala para acabar en cueros, y a expensas de la vuelta en Montjuïc, para saber si merece una plaza en los cuartos de final de la Champions. El Nápoles, que bastante tiene con soportar su propio manicomio, le arrancó un empate en su único disparo entre palos. No encuentra terapia efectiva alguna Xavi Hernández, que ahora debe entender mejor que nunca a la napolitana Elena Ferrante cuando decía que escribir no cura: «Si acaso, todo lo contrario. Es hurgar con el cuchillo en la llaga».
[–>En las rajadas calles de Nápoles no se usa papel de celofán azul para rendir tributo a sus héroes, sino bolsas de basura. Retorcidas sin más. Anudadas hasta formar un cordón umbilical que une a la ciudad, al club y a sus gentes con San Genaro y Maradona, con lo divino y lo mundano, con la esperanza y la destrucción. Siempre con el Vesubio como metáfora de la amenaza silente. Para todos.
Desnortados
[–>
La advirtieron los futbolistas del Nápoles, que salieron al campo desnortados y sin tener ni idea de cómo ponerse, cómo atacar o defender o a quién demonios pasar la pelota. Normal. Los campeones del último Scudetto, marionetas en manos de los caprichos de serie B del mecenas Aurelio De Laurentiis, acababan de estrenar su tercer entrenador de la temporada –Francesco Calzona–. Lobotka, que debía ser el presunto cerebro en el centro del campo, vivía con los brazos abiertos mientras el jugador franquicia, Osimhen, corría sin rumbo y con el instinto suicida de las motillos napolitanas, y Kvaratskhelia, el artista encorvado, veía en Koundé a un defensor sin igual. Sintomático.
Aunque no sería justo restar durante ese tramo el mérito a un Barça de Xavi que, esta vez sí, compareció en el campo dispuesto a reconocerse. Durante una gran primera media hora pese a la tradicional ineficacia de cara a puerta, los jugadores barcelonistas ejecutaron una bonita coreografía de la que todos se sintieron partícipes. Gündogan se sintió líder y, con un acordeón en las manos, no tenía más que ir advirtiendo dónde se abrían las estepas creadas tras un gran ejercicio de constante presión. Es decir, lo que venía esperándose tanto tiempo del equipo.
Sin eficacia
[–>
Semejante dominio se tradujo en claras ocasiones, pero no en goles, lo que permitió a los apasionados ‘tifosi’ seguir ondeando sus banderas como si nada. Lamine Yamal se apuntó las dos primeras, aunque no pudo orientar bien el botín en ambas. Mucho más cerca de la meta estuvo Lewandowski, que llegó a tiempo para poner la punta del pie a centro del insistente Cancelo. El portero Meret, determinante en ese primer acto, repelió el cuero con los pies.
No contento con ello, el meta del Nápoles se convenció de que podía ser su noche al sacar los puños ante otro disparo rival, esta vez de Gündogan desde la frontal.
Ese Barça tramado por Xavi en el que cuatro futbolistas tienen como oficio el de central –aunque sólo ejercieran como tales Araujo e Iñigo Martínez, con Koundé en el lateral y Christensen como barrendero en el mediocentro– estaba logrando lo que con tanta insistencia venía reclamando su entrenador. Que jugaran con «inteligencia», sin arriesgar y dispuestos a soltar un pelotazo sin con ello podían evitar un robo o una contra. El Nápoles, pues, ni se acercó a Ter Stegen en todo el primer tiempo.
El Barça iba controlando sus demonios, pero también era consciente de que estaban ahí esperándole a la vuelta de la esquina. Ya lo vio cuando el Nápoles le robó durante un buen rato el balón antes del descanso, aunque los locales aguardaran a mostrar los dientes.
La racha de Lewandowski
[–>
Gündogan arrancó la segunda parte con una caricia al balón que agradeció Meret. Pero aquello no fue más que el preámbulo del único golpe azulgrana. Pedri venía deslizándose entre líneas sin que Calzona supiera a quién ordenar el marcaje del canario, que jugó con una anarquía absoluta. Y Pedri, que venía de hacer un partido pobrísimo en Vigo, se desquitó con una asistencia que destripó al Nápoles. Tomó el regalo Lewandowski, en pleno nirvana goleador (cinco tantos en los últimos cuatro encuentros). El polaco lo hizo todo sencillo, como corresponde a su oficio. Di Lorenzo y Juan Jesus se vencieron con el control del ariete, y Meret se vio derrotado ante el latigazo junto al palo.
El desaliento
[–>
Aunque Calzona, que conoce bien la supervivencia desde sus inicios en los banquillos suburbiales, optó por la valentía. Se quitó de encima a Kvaratskhelia sin complejos. Aprovechó el progresivo desaliento del Barcelona. Y Osimhen, la primera vez que recibió en el área, le ganó el duelo a Iñigo Martínez y batió tan pancho a Ter Stegen en el primer disparo a puerta del Nápoles.
Lewandowski miró hacia arriba. Pero quizá no viera el cielo, sino los hierros oxidados de la cubierta del viejo San Paolo. En Nápoles se comprende la pena mejor que en ningún otro sitio.