“Oye, ¿sabes algo de Daniel?”. La llamada sorprendió al inicio. Clotilde, su madre, contestó que no. “Me escribió hace dos o tres días”, confirmó la mujer, viendo los whatsapp en su teléfono, “el viernes por la noche me dijo que estaba bien”. Al otro lado del teléfono estaba su compañero de piso: “es que está desaparecido, salió de casa con una mochila, y no ha vuelto. Dijo que vendría ayer…”.
Han pasado casi tres años y medio desde entonces. Daniel no ha vuelto a aparecer. “¿Dónde está?”, se pregunta cada día la mujer. “Mi hijo me mandó un mensaje ese día, quince minutos antes de salir de casa y no me dijo nada de que se iba: ‘Madre, ¿qué tal estás? Yo bien, trabajando y bien… La semana que viene tengo un juicio… cuídate'”.
Se llama Daniel Rodríguez y desde el 10 de septiembre de 2020 nadie sabe de él. Su rastro se pierde en San Martín de Valdeiglesias (Madrid). Cenó en un McDonalds con unos amigos y, cerca de la medianoche, dijo que se iba, que había quedado con un abogado. Su teléfono se apagó diez minutos más tarde. No lo han vuelto a ver.
9 de septiembre de 2020. Clotilde, junto a CASO ABIERTO, portal de sucesos e investigación de Prensa Ibérica, retrocede a aquella noche, la última en la que Daniel escribió. “Sobre las 23:45 horas suena mi teléfono, era un whatsapp”, revive. “¡Anda! Menuda hora… recuerdo que pensé, ¿estará bien?”. Clotilde vio que los mensajes eran de su hijo. “Madre, ¿Qué tal estás?“. La mujer dejó de ver la tele y contestó. Daniel le dijo que él también estaba bien, que estaba trabajando, contento. “Hasta luego, cuídate… y ya está, no me dijo más”. No lo volvió a ver.
Lo que sigue se lo contó a la mujer el amigo de su hijo: “Habían ido a cenar a un McDonalds de San Martín de Valdeiglesias”, pueblo donde vivía desde hacía unas semanas Daniel. “Tras la cena, mi hijo les dijo: ‘me tengo que ir que he quedado con un abogado, tengo que firmar unos papeles. Estaré fuera, pero tranquilo, que el domingo por la noche estoy aquí’. Al parecer, tenían una obra que terminar su compañero de piso y él, que trabajaban también juntos… ‘El domingo vengo que el lunes hay que trabajar sí o sí'”. No volvió.
Daniel fue a casa, cogió una mochila con algo de ropa (para un fin de semana, poco más, el resto permaneció en su piso) “y se marchó… Quizá antes de irse, según la hora, me escribió a mí”, explica su madre. “Su compañero llegó, dice, a las 00:10 y Daniel ya no estaba en casa. Lo llamó por teléfono y ya no estaba operativo el teléfono de Daniel”.
El abogado
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‘He quedado con un abogado….’, es todo lo que tenían. Por la noche, cerca de las doce…, la hora de la cita extrañó a la familia. “Al parecer era un letrado de oficio, dijo, que le había llevado un asunto pendiente cuando estuvo en Picassent (Valencia). Un muchacho joven, que se llevaba bien con él”. Nadie lo tenía claro: quizá este venía a Madrid y Daniel iba a recogerle a algún punto, o era el propio Daniel quien viajaba hasta allí. Tras perderse su rastro, todos llegaron a la conclusión: nadie conocía el nombre de ese abogado, “nadie sabe quién es”.
Los amigos peinaron las zonas en las que solía moverse. “No estaba y nadie lo había visto por allí”. Esa noche, en una carretera cercana, hubo un accidente. “Fueron a interesarse por si era mi hijo, pero no era él”. Su teléfono no se encendía y no regresaba. “Tuve que poner la denuncia por desaparición”.
La Guardia Civil recibió a Clotilde, se activó la alerta, anotaron su descripción, “el caso sigue abierto, pero nunca hemos sabido nada de él”. Clotilde se rompe: “sé que mi hijo ha tomado malas decisiones…”, llora, “pero es mi hijo, entiéndanme”. El camino de Daniel se torció con la llegada de la droga. Llamó a su puerta a los 16 años, y ha marcado su vida desde entonces, “cuando desaparece tiene 33”.
“Cosas de jóvenes”
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“Con 16 años empecé a notar cosas raras”, explica su madre, “mi hijo no estaba bien”. Salidas de tono, actitudes diferentes, “pero me decían: eres una exagerada, son cosas de la edad…”, revive Clotilde. “Daniel tomó malas decisiones, dio malos pasos y desde entonces no hemos dejado de sufrir”.
Un reto, salir del pozo en el que cada vez se hundía más, un continuo pulso que no superaba nunca, porque nunca se dejó ayudar. “Él tiene un corazón de oro, pero para las personas de fuera, por las de fuera se desvive…”. En casa su adicción mostró su peor versión. “Se ponía agresivo, nos robaba… y pasé realmente miedo”. Clotilde le ayudaba, le perdonaba, le rogaba que saliera de ahí. “Muchas veces me decía que eran alucinaciones mías, pero yo veía la droga…”. Le llevaba al psicólogo, a desintoxicación, “pero no quería y era mayor de edad..”. En 2012 dejó de vivir en casa, cuando su padre falleció.
Su enfermedad, su adicción, se agravó con el tiempo. “Empezó a tener antecedentes, sé que uno fue por un tema de drogas de forma directa, el resto por multas… conducía sin carnet”. De nuevo, su madre insistía: “hijo, por favor, que eso no está bien…Maldito camino eligió, maldita droga, maldita adicción…”, lamenta la mujer.
Daniel dejó su casa y empezó su camino. Desde entonces, ha estado en diferentes puntos: Marruecos, Ámsterdam, Valencia, Illescas, Gijón… y una larga lista de pueblos y ciudades más. “Muchos de esos destinos los conozco porque llegaban multas de tráfico aquí”. El último, San Martín de Valdeiglesias (Madrid). “Nunca había dejado de saber de él”. No vivía con Clotilde, pero no estaba desaparecido. “Sabia que estaba bien, relativamente, sabía que estaba vivo”.
Daniel iba y venía, escribía, llamaba. “Venía a ver a su hermano, mellizo, que tiene una lesión cerebral, y se encuentra en una residencia. Yo le ayudaba, le daba comida, lo que fuera, menos dinero, porque lo utilizaba para comprar droga y con mi dinero no iba a ser…”. Desde 2020 no ha vuelto a ir.
En Dubái
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“Recuerdo que llamamos a todos los hospitales“, revive Clotilde. La Guardia Civil consultó si había sido detenido o si había entrado en alguna prisión. Ningún nombre coincidente. “Sus amigos se encargaron de los rastreos”, recuerda. También respondían ante las posibles pistas tras la difusión de carteles anunciando la desaparición. “Nos llamaron de Parla, Leganés y Móstoles”, recuerda Clotilde, “que habían visto a un chaval…”. No era él. Hoy vuelve a difundirse su foto con el apoyo de la Plataforma Adonay.
Sin pistas, sin rastro, la mente de Clotilde no ha cesado desde entonces: “¿qué pasó?”. En su cabeza, un sinfín de opciones. “Recuerdo que en julio vino a casa (dos meses antes de desaparecer). Tenía ropa y se la iba a llevar porque se iba a instalar en Gijón”. No encontraría trabajo y terminaría en San Martín de Valdeiglesias, Madrid. “El abogado, el mismo con el que presuntamente quedó, le dijo que por qué no se sacaba el pasaporte, que tenía un amigo constructor en Dubái que le daría trabajo”. Daniel en ese momento lo descartó. “No sería posible que viajara sin saltar ninguna alerta policial aunque estuviese puesta la denuncia, ¿verdad?”.
Vuelve a buscar más opciones. Su mente vuelve a empezar. “Por favor, poneos en mis pies, en mi cuerpo, en mi cabeza, en mi alma… es mi hijo”. Desde hace casi cuatro años Clotilde convive con el dolor, la pena, la incertidumbre, la ansiedad. “Veo su foto y me pongo a llorar, oigo una noticia y se me rompe el corazón”.
La droga marcó su vida, la de todos. Por ella, afirma, Daniel desaprovechó grandes oportunidades, “su padre le consiguió hasta trabajo en Ayuntamiento de Madrid, pero la disciplina no entraba en la vida que escogió”. Teme que sea culpable de su ausencia y que, por ella, no le busquen como a cualquier otra persona desaparecida. “Quizá por su perfil la policía lo abandonó, pero es una persona y merece ser encontrado, y yo merezco saber, es mi hijo, por favor”.