Una capital como Barcelona, cuyo gasto se acerca a los 3.000 millones de euros, no puede vivir sin presupuesto. Están en juego demasiadas cosas y los grupos municipales deberían guiarse más por el interés de la ciudad que por los vaivenes partidistas. La dilatación de un pacto estable de gobierno, alentada por el contexto de la política catalana y española, no puede comportar que los presupuestos se prolonguen porque fueron aprobados en otro contexto económico y político. Collboni ha querido romper esta dinámica y se encamina a utilizar un comodín del que ya echaron mano Xavier Trias y Ada Colau pero al que solo podrá acudir en dos ocasiones durante la legislatura: presentar una cuestión de confianza vinculada a la aprobación de las cuentas, que aunque pierda quedarán convalidadas si al cabo de 30 días no aparece (y es inviable que eso suceda) una mayoría alternativa.
No hay excusas aceptables para aceptar que no se desbloquee esta situación. Al menos tres grupos políticos, Junts, Comuns y Esquerra, se han mostrado dispuestos a entrar en el gobierno de la ciudad con el PSC. Si estas voluntades son sinceras, lo lógico es que estos grupos, poniendo condiciones en el trámite, dejen que Collboni apruebe las cuentas, condición necesaria, aunque no suficiente para que cuando la coyuntura política lo permita, acaben entrando alguna de ellas en el gobierno municipal formando parte de una mayoría estable. Si seguimos en esta situación es por un cúmulo de razones de índole política y personal, de ámbito barcelonés, catalán y español, pero que en todo caso no tienen a Barcelona como prioridad. Es la dinámica que hay que romper.
Aparentemente, las posibilidades de un pacto estable parecen ahora más claras con Esquerra Republicana, tanto por la facilidad de llegar a acuerdos en temas de ciudad como por la posición del PSC en el Parlament y de ERC en Madrid. No sería en todo caso una mayoría suficiente, pero bloquearía una mayoría alternativa mientras se despeja el futuro de Ada Colau, que es ahora el principal obstáculo tanto para el grupo socialista como para las bases de Esquerra. La falta de fiabilidad de Junts mientras la dirija Puigdemont, como se ha visto en el Congreso, aleja el entendimiento de los socialistas con Trias que, además, no consigue despejar la incógnita de su sucesión, hecho que desconcierta a sus hipotéticos socios y quiebra la cohesión de su grupo municipal sumido en la batalla sucesoria.
La provisionalidad, por más que sea explicable, no es ni positiva, ni sostenible de forma indefinida. Y aunque de la importancia de Barcelona resulta lógico que los grandes acuerdos de su consistorio tengan derivadas hacia otros escenarios, lo que están en juego son proyectos importantes para la ciudad, como la cobertura de la Ronda de Dalt, la estación de la Sagrera, las obras de las Ramblas, la reforma en Zona Franca, la construcción de nuevas viviendas, la ampliación de la Fira o las reformas en el Port Olímpic. Y sobre todo, la posibilidad de seguir planificando otros muchos más a largo y medio plazo. Los partidos interpelados deberían desbloquear ya, en un sentido o en otro, la situación actual para construir una fórmula de gobierno estable. Barcelona no puede quedar al margen de la dinámica política general pero tampoco puede quedar atrapada en ella. La ventana de oportunidad antes de las europeas se debe aprovechar.