“A la hija de la Mari”. “¿Quién?”. “A la de la Mari, que la han matado”. El rumor, el runrún se instaló en la calle. Las vecinas, impactadas, no dejaban de comentar. “Dios Santo, con lo joven que es”. Lo era, tenía 18 años, se llamaba Marina y creció en Motril (Granada). Su hermana Andrea, un año menor, escuchó el revuelo cercano a la puerta de su casa. “¿Qué ha pasado? Pregunté…”, reconstruye hoy ante CASO ABIERTO, portal de sucesos de investigación de Prensa Ibérica. Se hizo el silencio. “Díselo”. Una voz triste, aunque valiente, acompañada de una mirada rota, le dio la noticia: “A tu hermana Marina… dicen que Yasmina la ha matado“.
“Lo que sentí… Entras en un estado… No te lo crees”, revive Andrea. La policía, horas después, les confirmaría el terrible crimen. “Fuimos nosotros a la comisaría, nadie venía a casa, pero ella ya se había entragado”. Marina estaba muerta. En su cuerpo, según los forenses, había más de 53 puñaladas, aunque en juicio se acreditarían “al menos 13”. La mató el día antes, pero su asesina se entregó y confesó 24 horas después.
Marina no figura en ninguna lista oficial, aunque murió a manos de su pareja. Se llama violencia intragénero, no la ejerce un hombre contra una mujer, pero duele, devasta igual. Forma parte de una lacra invisible en la que una de las partes que componen una relación homosexual agrede, pega, humilla, maltrata o mata.
“El día del crimen, mi hermana le dijo que quería dejar la relación y que iba a denunciarla, que no iba a maltratarla más”
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“Mi hermana es una mujer que muere asesinada. Una a la que la mata su pareja”, lamenta Andrea. “Nos hubiera gustado que no hubiera diferencias… Las medidas de protección, las alertas e incluso el juicio ha sido totalmente diferente. ¿Por qué? No es justo. El que mata, sea hombre o mujer, tiene que pagar”.
“Su objetivo era hacerla sufrir”
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Marina tenía 18 años, acababa de terminar sus prácticas y había conseguido trabajo en la farmacia en la que las realizó. Su asesina, una vecina de toda la vida, de 34 años, con la que llevaba dos años de relación. “Además de acabar con la vida de Marina, el objetivo era hacerla sufrir cruel e innecesariamente“, ratifica el Tribunal Superior de Justicia de Andalucía. El 16 de febrero de hace dos años se conoció su condena: 17 años de prisión.
“Pero, ¿17 años que son? Mi hermana no volverá”. La lucha de la familia no cesa. Han recurrido al Tribunal Supremo. Piden justicia para Marina y para todas las Marinas. Esa mujer es una asesina y tiene que pagar”.
Quería romper la relación
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La mató, lo admitió en el juicio. “Es una ironía que yo le haya hecho esto, siempre he querido protegerla”, esgrimió. “No la quería ni la quiso nunca”, responde hoy su hermana, “la maltrató, humilló y no paró hasta que la mató”.
Los hechos se remontan al 12 de abril de 2021. Marina y Yasmina, que conviven en un caserío desde hace poco más de un mes, están solas en en casa. Se acerca el mediodia. “Mi hermana le dijo que quería dejar la relación“, explica Andrea. “Lo afirman dos testigos con los que la asesina habló después del crimen y que declararon también en el juicio”. “Se acabó”, zanjó Marina. “Mi hermana le dijo, además, que iba a denunciarla, que no iba a maltratarla más”.
La escena, según se probó en sede judicial, fue la siguiente: Yasmina, enfadada, dice que no. “Ella estaba fregando las cosas del desayuno (…) y no pensé, reaccioné. Le quité el cuchillo y la apuñalé“, contó ante el jurado popular que la declaró culpable.
“Mi hermana murió desangrada mientras su asesina, su novia, limpiaba la escena del crimen”
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Marina trató de pedir auxilio. Yasmina le pegó “una patada en la boca”, admitió ante las preguntas del fiscal. La joven gritó más. Su asesina, reconoció también, le “tapó la boca con la mano” mientras seguía apuñalándola de forma cruel. La patada no sería el único golpe. La autopsia reveló “puñetazos”, “patadas” y múltiples puñaladas (se contaron 53) “por diferentes partes del cuerpo (extremidades, abdomen, pecho, cuello, cara y espalda)”. Yasmina se sentó en la escalera, para pensar, adimitiría también.
“Mi hermana murió desangrada mientras ella limpiaba la escena del crimen”, cuenta, rota, Andrea. “Limpia la casa e intenta deshacerse del cuerpo…”. Llamó a un amigo, A.M., un vecino con discapacidad intelectual que fue acusado de encubrimiento en el juicio. “Este, con la intención de ayudar a deshacerse del cadáver”, considera probado el juez, “colaboró con Yasmina en envolver dicho cadáver en un edredón y la acompañó, tanto en la noche del día 12 de abril de 2021 como en las primeras horas del día 13 de abril de 2021, en el vehículo de Yasmina, en la búsqueda de un sitio en el que enterrar dicho cadáver”.
No lograron hacerlo. No encontraron un sitio seguro para enterrar a la joven. “Si hubieran podido, mi hermana hubiera sido una desaparecida más”. A.M fue exonerado por tener una discapacidad mental que “le convierte en especialmente manipulable” y que le impidió actuar de manera distinta a como lo hizo. “No estamos muy de acuerdo, también hemos recurrido la sentencia de este señor”, aclara la hermana de Marina.
Violencia y malos tratos
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“Tenía planeado huir. Tirarla por ahí…. La tenía envuelta. Su intención era tirarla y que nadie la encontrara”, resume Andrea. “Confesó porque la sospecha iba a recaer sobre ella”, afirma, que meses antes habia descubierto en Marina, su hermana, una vida de violencia y horror.
“Mi hermana se va a vivir con ella bajo amenaza, empezamos por ahí”. Se conocían de toda la vida, pero la relación empezó cuando Marina era menor de edad: “tenía unos 16 años, ella 32”. Nada más empezar la relación, “la alejó de la familia, le hizo creer que eramos malos, que no la queríamos“. Meses antes de morir asesinada, “le hizo que firmase un papel, porque era menor, para poder estar con ella… y firmó otro cuando se emancipó”.
“Una vez vino a casa llorando y ya nos contó cosas terribles: que la cortaba el pelo con un cuchillo o la ataba en una silla, desnuda”
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En casa, la que compartían, empezaron los problemas. “No veíamos a mi hermana bien. Tuvo incluso un cambio físico, se vestía ya como la otra”. Aguantó, hasta que Marina no pudo más. “Mi hermana vino a casa llorando y ya nos contó cosas terribles: que Yasmina le echaba el pis encima, que le cortaba el pelo con un cuchillo, que a veces se enfadaba y la ataba en una silla, desnuda…. y que llamaba a su amigo -el hombre que estuvo acusado de encubrimiento- para que la viera desnuda también”.
Tras la tormenta, Yasmina reaparecía y Marina se volvía a ir. “¿Nosotras qué podíamos hacer? Íbamos a comisaria, y nos decían que la tenía que denunciar era ella”. Nada se activó porque no hay un protocolo para estos casos, lamenta la mujer. “Un mes antes de matar a mi hermana, solo para hacerle daño, mató a su perro”. Andrea hace un silencio. “Lo hizo para ponerla en contra de la familia. Al principio le hizo creer que fuimos nosotras… y creo que también lo hizo para advertirla, para amenazarla”.
Marina, durante horas, buscó por las calles a su perrito, creyendo que su familia lo había dejado escaparse. “Cuando mi hermana regresó le dijo: he sido yo la que lo he matado. Su amigo, el que hoy se ha librado de culpa, curiosamente, fue el que la ayudó a enterrar el perro. Un mes después iban a hacer lo mismo con ella también”.
Persona vulnerable
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“Marina era una persona especialmente vulnerable“, argumenta Jesús Huertas, el abogado de la familia. “Su relación empezó con 16 años y, durante el tiempo que duró, Yasmina siempre dispensó a Marina un trato vejatorio y violento, aprovechando la diferencia de edad e inmadurez para anularla familiar y socialmente”, según consta en el escrito de acusación que presentó la familia. La joven asesinada estaba aislada, define su entorno, “no sólo de sus amistades, sino también y principalmente de su madre y sus cuatro hermanas”.
“La especial vulnerabilidad de Marina”, afirma Huertas, “determinaría la imposición de la pena de prisión permanente revisable. Y, aun descartada esta, la pena no debería haber sido inferior a 20 años por la agravante de parentesco”. El letrado pide que se revise la condena a A.M. también. “No creemos apreciar en él la eximente completa y consiguiente absolución del delito de encubrimiento, sino sólo la incompleta”. Ahora, es el Tribunal Supremo el que tiene que decidir.
Marina, “educada, todos los que la conocían coinciden: alegre e inocente…”, murió, cruelmente, aquel 12 de abril. Su asesina, en el juicio, miró a los ojos a la familia, pero nunca pidió perdón.