Con su buen tino habitual, Albert Masnou ha comparado en ‘Sport’ la irrupción de Ferran Torres en los últimos partidos con la de Henrik Larsson, el nueve suplente del Barça de Rijkaard que dejó tan buen recuerdo entre los culés que se convirtió en una sinécdoque: desde entonces, conocemos como un “Larsson” al jugador, normalmente veterano, que desde un segundo plano se convierte en esencial para el equipo. El sueco lo logró en apenas dos temporadas (la 2004/05 y la 2005/06), en las que jugó 59 partidos en todas las competiciones y marcó 19 goles. Y, sobre todo, dio dos asistencias decisivas en la final de la Champions contra el Arsenal. Johan Cruyff solía elogiar la inteligencia táctica del sueco.
Futbolísticamente, Ferran no es un Larsson. El sueco era un jugador más de área, capaz de combinar en muy poco espacio, mientras que el valenciano destaca sobre todo por su habilidad para generarse espacios a través del desmarque. Es difícil que, en un partido, Ferran no tenga varias oportunidades claras rompiendo al espacio o dando un paso atrás o uno adelante en el momento adecuado. Otro asunto es que las materialice, de ahí que, desde su fichaje por el Barça en el mercado de invierno de 2021, no haya logrado consolidarse como titular. Una situación compleja, dada la inversión que el club hizo en él: 55 millones al City en época de vacas flacas.
Goles desde el banquillo
Pero, como dice Masnou, esta versión de Ferran, alejada del crack por pulir que creyó fichar Guardiola y al que Luis Enrique dio galones en la selección española, ha sabido adaptarse y entender a la perfección la importancia de la figura del suplente en el fútbol de hoy. Tanto esta temporada como la pasada, muchos de los goles de Ferran han llegado partiendo desde el banquillo, dando descanso a los delanteros titulares (Lewandowski, Raphinha), cuando los partidos se abren y las defensas se vuelven más vulnerables. El partido en el Westfaliastadium es el mejor ejemplo: dos goles de nueve, uno de oportunista y el otro para culminar un contragolpe tras un córner en contra (¡cómo han cambiado algunas cosas desde la llegada de Hansi Flick!). Cierto, el control fue pésimo, pero el contragolpe fue tan bueno y el pase de Lamine Yamal, tan sublime, que Ferran tuvo tiempo de sobras para rectificar su horrible recepción y rematar a gol.
Un suplente como Ferran, un Larsson, es un tesoro. O como un Pizzi, antecedente del sueco, que en las temporadas 96-97 y 97-98 jugó un papel similar, marcando 18 goles en 73 partidos. La aportación de un reserva de este tipo no se mide solo en los minutos jugados ni en los goles que aporta al equipo. El nueve suplente es un plan B al que recurrir cuando los caminos habituales están cerrados o repletos de obstáculos. Ferran sustituye a Lewandowski, Larsson suplía a Eto’o y Pizzi a Ronaldo, el yin y el yan de los goleadores en los tres casos. Su entrada atemoriza al adversario y da nuevos bríos al equipo y a la afición, que se lo pregunten si no al Real Madrid (y a Neuer y al Bayern de Múnich) con Joselu, clave en la última Champions ganada por los madridistas.
Cinco cambios
En el fútbol actual, el de los cinco cambios, la presión alta innegociable durante todo el partido y la intensidad asfixiante, el papel de los suplentes es esencial. El Barça acalló el Westfaliastadium no en su momento de mejor juego (la primera parte, espléndida en términos de control), sino cuando sus suplentes (la triple F: Ferran, Fermín, Frenkie) permitieron echarle una marcha más al partido y jugar a campo abierto, un cambio de rasante que los reservas del Dortmund no lograron contrarrestar. Algo parecido sucedió contra el Real Madrid en el Bernabéu. Solía decirse que los partidos los ganan los equipos y las ligas, las plantillas, pero eso ha cambiado. Ahora los partidos se juegan con once más cinco cambios.
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Una tendencia que requiere también un cambio en la mentalidad de los suplentes. Ferran es ejemplo también de resistencia mental y capacidad de trabajo para resurgir. Todos los futbolistas quieren jugar, cuanto más mejor. Ahora todos, titulares y suplentes, deben entender que hay que jugar con más intensidad, y cuanto más alta, mejor. En eso, el Barça es un equipo de una cohesión admirable.